Capitulo Once

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Ya era tarde, esa misma noche, cuando Ohm dejó de intentar dormir en la cama que le parecía demasiado vacía, aunque nunca la había compartido con nadie.

Salió a la terraza que rodeaba el dormitorio principal y todo el piso superior del ático. La noche de septiembre era como una caricia cálida en la piel y se alegró de no haberse puesto nada más que unos pantalones negros y amplios.

Manhattan se extendía en la oscuridad, tan exultante y resplandeciente como siempre, y sonaba dentro de él como una nota musical larga y grave que alteraba todo lo que tocaba, que derribaba esos compartimentos suyos y hacía que se preguntara cómo había vivido en ellos, cómo había conseguido sobrevivir así, limitado y reducido a la mínima expresión. Se quedó allí un buen rato, con la ciudad debajo de él, y no hizo nada más que respirar.

Notó que Fluke se acercaba justo antes de que apareciera a su lado, en la barandilla, con la melena lisa cayéndole sobre leí frente y los preciosos brazos descubiertos. Llevaba una camiseta y unos boxers, lo mismo que había llevado para dormir desde que lo conoció. Él no podría haber dicho por qué verlo esa noche era como una canción dentro de él. Solo supo que quería cantarla tan alto que despertaría a todo el vecindario, a toda la ciudad, a todo el mundo. Sin embargo, se dio la vuelta, le pasó un dedo por uno de los brazos y notó que se le ponía la carne de gallina

–La vida es muy corta –comentó él mientras notaba que

Fluke se estremecía ligeramente–. Demasiado corta, Fluke.

Fluke lo miró antes de desviar la mirada hacia Central Park.

–Lo sé. No puedo imaginarme el mundo sin él.

Él no había estado pensando en su abuelo, al menos, directamente.

–Es muy astuto. Ha derrotado a miles de enemigos y nunca es tan frágil como parece. Yo no lo despediría todavía.

Fluke sonrió y no dijo lo que debería haber estado pensando en ese momento, lo que él sabía que debería estar pensando él mismo, lo que había pensado expresamente incluso cuando había llegado a Hawái y se había encontrado encallado en ese calor tropical y peligrosamente seductor; que Giovanni tenía noventa y ocho años, que las cosas tenían un curso natural, que vivir tanto tiempo tenía que llegar a parecer tanto una maldición como una bendición para un hombre que había sido tan activo y que estaba confinado en algunas habitaciones de una casa.

Fluke, esa hombre tan hermoso que, asombrosamente, todavía era su esposo, solo sonrió. Su esposo. Esa era la parte importante, esa era la única parte que importaba.

–Fluke... –empezó a decir él en tono serio porque eso ya llegaba con mucho retraso.

Sin embargo, Fluke lo sorprendió. Sacudió la cabeza para que no siguiera hablando, se acercó a él y le puso las manos en el pecho desnudo. Todo ardió en llamas dentro de él.

–No quiero hablar –el brillo de sus ojos tenía algo que él no podía interpretar–. Quiero decirte mil cosas, Ohm, pero no quiero hablar.

Fluke estaba muy cerca después de todo lo que había pasado y, esa vez, él no estaba jugando ninguna partida, como intentó fingir cuando estaba en Maui. Tenía sus manos en el pecho, resplandecía con palidez a la luz de la ciudad que los rodeaba y él solo era un hombre.

–Creo que podemos encontrar una manera mejor de comunicarnos –añadió Fluke.

Ohm no pensaba rechazarle, ni siquiera pensaba intentarlo. Lo abrazó y sintió todas las delicadas curvas de su cuerpo mientras se inclinaba y le tomaba la boca como había querido tomársela durante días y días, durante toda una vida, cada vez que se reía o no decía nada, cada vez que le fruncía el ceño o, sencillamente, respiraba el mismo aire que él. Deseaba eso, lo deseaba a Fluke, deseaba todo de él.

Ira y engañoWhere stories live. Discover now