Capítulo 36.

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El silencio que siguió a la lucha fue casi abrumador, roto solo por el susurro del viento y los leves sonidos de los heridos recuperándose. Huaáneri, Kalik, y el resto de los sobrevivientes se reunieron en torno a Ekuneil, cuya respiración se mantenía débil pero constante.

Arandú e Ikanira continuaron cuidando de Ekuneil, aplicando hierbas medicinales y vendajes a sus heridas. Los demás se sentaron cerca, sus rostros marcados por la fatiga y la preocupación.

Ekuneil, aunque débil, abrió los ojos lentamente. Sus miradas se encontraron con las de Huaáneri y Kalik, llenas de preguntas y dolor. Con un esfuerzo visible, comenzó a hablar, su voz apenas un susurro.

-Hay algo que debo decir... sobre Naribiu... -comenzó, su tono cargado de arrepentimiento.

Huaáneri se inclinó más cerca, escuchando con atención. -Dime, Ekuneil. Necesitamos saber la verdad.

Ekuneil cerró los ojos por un momento, reuniendo fuerzas. -Fui yo quien... informó a Balaam sobre las defensas de la aldea... Pensé que... estaba haciendo lo correcto, pero... fui un tonto. Permití que el odio y la desconfianza... me cegaran.

Kalik apretó la mano de Huaáneri, sintiendo el peso de la confesión. -¿Por qué, Ekuneil? ¿Por qué lo hiciste?

Ekuneil tragó con dificultad, su respiración agitada. -Creí que Balaam... nos traería seguridad... que su poder... protegería a nuestra gente... Pero solo trajo destrucción y muerte.

Huaáneri, con lágrimas en los ojos, acarició la frente de Ekuneil con suavidad. -Te perdono, Ekuneil. Todos cometemos errores, y tú ya has pagado un alto precio por los tuyos. Lo importante ahora es que te recuperes y nos ayudes a reconstruir lo que hemos perdido.

Ekuneil la miró con gratitud, sus ojos brillando con una luz tenue. -Gracias... Huaáneri. Haré todo lo posible... para enmendar mis errores.

Los días siguientes fueron un torbellino de actividad. Bajo la guía de Arandú e Ikanira, Ekuneil comenzó su proceso de recuperación. Aunque débil, su determinación de sobrevivir y ayudar a la comunidad era palpable. Huaáneri y Kalik se turnaban para cuidarlo, asegurándose de que recibiera el mejor tratamiento posible.

Entre curaciones y vendajes, las discusiones sobre el futuro de la aldea se hicieron más frecuentes. Los líderes de la comunidad se reunieron en el centro de la aldea, sus voces bajas pero firmes.

-Necesitamos decidir qué hacer con la aldea -dijo Arandú, mirando a los presentes-. No podemos dejar que Naribiu siga bajo la sombra de Balaam.

-Propongo que reconstruyamos la aldea -sugirió Kalik-. Con la ayuda de los Günatyz y los Koyala, podemos crear un lugar donde ambas comunidades puedan vivir en paz.

Huaáneri asintió, su mirada fija en los rostros de los demás. -Estoy de acuerdo. Hemos sufrido mucho, pero también hemos aprendido. Debemos unir nuestras fuerzas y trabajar juntos por un futuro mejor.

Ekuneil, aún en proceso de recuperación, habló con voz débil pero firme. -Haré todo lo posible para ayudar. Debo redimirme por lo que hice, y esta es mi oportunidad.

La abuela, una figura de sabiduría y guía, intervino con una sonrisa suave. -La unión hace la fuerza. Si trabajamos juntos, podemos superar cualquier obstáculo. Los espíritus de nuestros antepasados nos guiarán.

La decisión fue unánime. Con renovada esperanza y determinación, los sobrevivientes de la batalla se pusieron manos a la obra. Bajo la luz del sol y la luna, comenzaron a limpiar los escombros, a reconstruir las casas y a plantar nuevos cultivos. El espíritu de colaboración y amor floreció entre ellos, fortaleciendo los lazos entre las dos comunidades.

Huaáneri y Kalik, hombro a hombro, lideraron los esfuerzos de reconstrucción. Su amor y compromiso eran evidentes, inspirando a todos a su alrededor. A medida que los días pasaban, la aldea comenzó a recuperar su antigua gloria, renaciendo de las cenizas de la guerra.

Y así, con la ayuda de Arandú, Ikanira, Ekuneil y todos los miembros de las comunidades Günatyz y Koyala, la aldea de Naribiu resurgió. Unidos por un propósito común y guiados por el amor y la esperanza, construyeron un futuro brillante, lleno de paz y prosperidad.

El legado de Balaam quedó enterrado en el pasado, y en su lugar, surgió una nueva era de cooperación y armonía. Y mientras la luna brillaba en el cielo nocturno, los corazones de Huaáneri y Kalik latían al unísono, sabiendo que juntos podían enfrentar cualquier desafío y construir un mundo mejor para las generaciones futuras.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora