CAPITULO 1

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Estaba amaneciendo en la selva, presumida y coqueta como ella sola, con sus colores cálidos mostrando un saludo en el cielo de África, dibujando un amanecer hermoso, fresco, los pájaros comenzaban a despertar de su sueño, algún que otro rugido se escuchaba con nitidez, entremezclándose con algún que otro gemido que salía de debajo de una leve colcha de punto, dos cuerpos disfrutaban del placer, las manos, las bocas, las pieles, los gemidos controlados, ligeros mordiscos, movimientos al unísono convirtiéndose en espasmos, el sexo más salvaje que se podía vivir ajeno a todo sentimiento, entregado nada más que al placer. Al finalizar en una cabaña, alguien dijo.

- No ha estado mal – dijo una voz de mujer

- Perdona, conmigo, jamás está mal – contestó orgullosa otra extasiada aún por el goce


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Un avión partía del aeropuerto de Madrid, en él una joven repleta de miedos, pensaba en cómo sería su vida en aquella selva a la que, sin saber por qué, había aceptado marcharse a trabajar como enfermera. Un suspiro largo le hizo recapacitar, claro que sabía por qué se iba tan lejos, necesitaba huir, huir de su vida, huir de sus padres que la habían obligado a mantener una relación con uno de los chicos de la alta sociedad de Madrid, un chico que no la quería, pero era guapo, engominado, dientes perfectamente alineados que le habían costado una pasta gansa, unas uñas recortadas a la perfección con más manicura de la que ella misma llevaba, con un buen paquete o al menos eso le decían sus amigas, quienes se cambiaban por ella con una facilidad asombrosa, y no le quedaba la más mínima duda que alguna habría pasado por su propia cama en su ausencia, y todo ese conjunto virtuoso daba el resultado de un tal Sergio. A ese Sergio, ella no pretendía enamorarlo al fin y al cabo los negocios eran los negocios, y él lo único que pretendía tal y como le dijo era "mojar", de vez en cuando, pero fue irremediable sentirse atraída por él, aunque tan solo fuera sexualmente porque de todas las virtudes innumerables que reunía, la única cierta era, aquel paquete tan bien proporcionado. Hasta que un día, se miró al espejo y vio a una joven sin sueños, sin ilusiones de nada, con un título de enfermera sacado por un centro privado, y del que sus padres mejor no querían ni acordarse. Aquella Chiara... era una muñeca a veces hinchable para goce de su novio, a veces de trapo cuando se quedaba sola y vacía, a veces, una Nancy que exponer en fiestas de alta sociedad de sus padres. Y así, frente aquel espejo tomó la decisión de huir, en un momento de locura solicitó presentarse voluntaria para ayudar en África a Médicos sin Fronteras, y cuando le dieron el billete, le pusieron las vacunas y le entregaron sus papeles, despertó de aquel sueño y vio la realidad, tan solo el miedo al ridículo no le hizo devolverlo todo y meterse corriendo bajo las finas sábanas de seda que cubrían su cama.

No pudo dormir en el trayecto, debía llegar al aeropuerto de Brazzaville, el Congo, y de allí con una avioneta partir hacia Loukolela donde el Coordinador General la estaría esperando para llevarla a su puesto. Sólo de pensar que estaba ya más cerca de su nuevo destino que de su vida anterior, le daba una especie de cosquilla en el estómago, si había decidido vivir la vida, aquello era un buen motivo, su sueño siempre fue ayudar a los demás, aunque nadie la entendiera, por esa razón estaba en ese avión, por esa razón, había roto cualquier relación con su familia y amigas, que le dieron la espalda al saber que se marchaba a un lugar donde posiblemente olería fatal, habrían muchos indeseables por las calles y sobre todo, lo más repelente, enfermedades, niños con mocos y poco glamour.

Cuando la avioneta en cuestión aterrizó, tras rezar veinte Padre Nuestros, y veinte Ave Marías, porque pensaba que aquel bicho no llegaría a donde debía por muchos intentos que hiciera, por mucho que subiera y bajara, por muchos saltos que diera, así que finalmente al bajar y poner un pie en tierra, tuvo que frenar su ímpetu por besar el suelo cual si fuera el Pontífice. Después de luchar con tres hombres que allí había para que le bajaran las maletas, salió con cara de pocos amigos, con sus gafas de Gucci, con sus pantalones de Dolce y Gabana, con sus botas Best de punta, y una camiseta de Versace.

Aventuras en la selva - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora