Capítulo 61: La Visita en la Oscuridad

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Capítulo: La Visita en la Oscuridad

El silencio en la celda de Rhaenyra era tan profundo que parecía absorber el mismo eco de sus pensamientos. La piedra fría y las sombras profundas del calabozo formaban un escenario sombrío, mientras Rhaenyra yacía en un rincón, las cadenas que la ataban sonaban ocasionalmente al movimiento. Las huellas de la furia en su rostro se mezclaban con la tristeza y la desesperanza de una mujer que había perdido mucho. Las murallas del calabozo estaban impregnadas del olor a humedad y derrota.

Rhaela, con su determinación renovada y el peso de la venganza en su corazón, se presentó ante la celda de su madre. El dolor y la furia se entremezclaban en sus ojos mientras se acercaba a la reja. A pesar del peso de su embarazo, su postura era firme y sus pasos resonaban con un aire de autoridad. Había llegado el momento de enfrentar a Rhaenyra, una confrontación que sería tan dura como dolorosa.

—Madre —dijo Rhaela, su voz temblando entre el rencor y la tristeza—, he venido a hablar contigo.

Rhaenyra estaba en una esquina de la celda, la vista fija en la pared. Sus ojos, llenos de dolor, se movieron apenas al escuchar la voz de su hija, pero no se volvió para mirarla. El resentimiento y la tristeza que sentía hacia la guerra, hacia Rhaela, y hacia su propia derrota la mantenían en un estado de absoluto desdén.

—No tengo nada que decirte —murmuró Rhaenyra con una voz quebrada—. Nada que tú quieras escuchar.

Rhaela dio un paso más cerca, la desesperación en sus ojos era evidente. A pesar de su furia y la devastación que había causado, su corazón seguía anhelando la conexión con su madre, la única figura que había significado todo para ella.

—¡Madre, por favor! —exclamó Rhaela, la voz cargada de súplica—. Debes rendirte. Yo también he perdido. He perdido hijos, amigos, y hasta dragones. Esta guerra ha dejado un rastro de destrucción que nunca podrá borrarse. No somos más que sombras de lo que solíamos ser.

Rhaenyra, sin volver la mirada, dejó que la frialdad de su resentimiento y su dolor le diera una fuerza renovada. Su corazón aún albergaba amor por Rhaela, pero la furia y la pérdida eran demasiado grandes.

—No puedo soportar verte —dijo Rhaenyra, la voz dura—. No puedo soportar la guerra que has llevado, las vidas que has destruido, los sacrificios que has exigido. ¿Qué queda de nosotras? ¿Qué queda de nuestra familia?

Rhaela, con lágrimas en los ojos, trató de acercarse aún más, pero la reja de la celda le impedía el contacto físico. La desolación en su rostro se hacía evidente.

—¡Madre, por favor! —imploró Rhaela—. No quiero que esta guerra continúe. No quiero más muertes. No puedo seguir así. Hay tanto que he perdido, y tú también has sufrido. Hay un dolor que nos une, y es ese dolor el que debería impulsarnos a buscar la paz, no a seguir luchando.

En respuesta, Rhaenyra levantó la cabeza con desdén, y de repente, escupió hacia el suelo en dirección a Rhaela. El desprecio en su gesto era palpable, el acto una declaración de la separación que sentía entre ellas.

—Tus palabras son vacías —dijo Rhaenyra con frialdad—. Lo que has hecho no puede ser deshecho con simples palabras. No puedo perdonar el dolor que has causado, ni el sufrimiento que has infligido. Y aunque te amé, la guerra y el conflicto han construido un muro que ni el más fuerte de los lazos maternos puede derribar.

Rhaela se quedó allí, herida por el desprecio, pero aún con la esperanza de que sus súplicas pudieran alcanzar alguna parte de la madre que una vez conoció. El peso del dolor y la tristeza era inmenso, pero su deseo de reconciliación seguía vivo, incluso ante la amarga verdad de que la guerra había cambiado todo.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now