2. Turbulencia

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El día anterior había sido el último de clases y hoy, en el aeropuerto, los compañeros estaban listos para viajar a Italia como festejo y despedida. Lando, impaciente, llamaba y llamaba a Max, pero no obtenía respuesta. De repente, un alboroto en el otro lado del aeropuerto llamó la atención de todos, incluido Charles. Max apareció corriendo, y su maleta voló hasta los pies de Charles. Rojo de vergüenza, Max se acercó, miró a Charles a los ojos y se agachó para levantar la maleta. Charles lo observó sin decir una palabra, sin moverse del lugar donde se encontraba.

Superado el pequeño contratiempo, los compañeros y amigos comenzaron a subir al avión. En primera clase, con asientos separados por divisorias, cada uno tomó el suyo. Poco después del despegue, Max llamó a la azafata y pidió la bebida más fuerte que tuvieran; volar le daba terror, un secreto que ni siquiera su mejor amigo Lando conocía, ya que en su familia estaba prohibido usar la palabra "miedo". Tras el tercer vaso de whisky, Max se reía a carcajadas de una película en la pantalla frente a su asiento. De pronto, la divisoria se abrió de golpe, y allí estaba Charles, molesto por el ruido.

 De pronto, la divisoria se abrió de golpe, y allí estaba Charles, molesto por el ruido

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—Oye, Verstappen, ¿qué tal si le bajas un poquito? —refutó Charles, hastiado.

—¿Me estás llamando ruidoso? —respondió Max.

—Tú mismo lo dijiste.

—Espera un momento, Leclerc, se supone que no debes hablarme

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—Espera un momento, Leclerc, se supone que no debes hablarme.

—Imagínate que ni siquiera quería hablarte, pero estás demasiado borracho y no dejas dormir.

En ese momento, comenzaron unas turbulencias. Las azafatas, con caras serias, se pusieron los cinturones, y el capitán anunció que atravesarían una zona turbulenta. Max empezó a sudar frío; los movimientos se hicieron más fuertes, y sintió que el avión descendía abruptamente. Sin pensarlo, agarró la mano de Charles, quien, con cara seria, lo observó sorprendido. Recordando un viaje de su infancia en el que Max le confesó su miedo a volar, Charles sostuvo con fuerza la mano de Max y acarició con su pulgar, tratando de calmarlo.

Después de unos minutos, el avión volvió a la normalidad. Los pilotos y azafatas pidieron disculpas por la turbulencia debido a una tormenta. Cuando todo se calmó, Max abrió los ojos y respiró profundamente.

—¿Te sientes mejor? —la voz de Charles lo sacó de su estado de shock. Max se dio cuenta de que estaba apretando la mano de su enemigo. Empezó a toser y soltó rápidamente la mano.

—Sí, sí, estoy bien. Lamento mi reacción —dijo Max, intentando cerrar la divisoria entre los asientos. Charles lo evitó, sujetando el plástico con la misma mano que antes había sostenido la suya.

—Max, tranquilo. Recuerdo que no te gustan los aviones. No debes sentirte avergonzado.

La sinceridad en los ojos de Charles y el inesperado consuelo lo desarmaron. Max, por primera vez en años, sintió que la barrera entre ellos podría ser más débil de lo que pensaba.

 Max, por primera vez en años, sintió que la barrera entre ellos podría ser más débil de lo que pensaba

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Hijos de la mafia. LestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora