Viaje al corazón de Rothko

En las profundidades del vibrante Nueva York de mediados del siglo XX, un hombre llamado Mark Rothko comenzaba a forjar un legado que resonaría en el mundo del arte por generaciones. Nacido en Letonia en 1903 como Marcus Rothkowitz, la vida de Mark fue una narrativa de cambio constante, desde su llegada a Estados Unidos siendo un niño hasta su ascenso como uno de los pioneros del expresionismo abstracto.

Su juventud estuvo marcada por una mezcla de curiosidad y deseo de encontrar su lugar en el mundo. A pesar de haber iniciado estudios en áreas más convencionales, como la ingeniería, pronto descubrió que su verdadera pasión y vocación se encontraba en el arte. Este descubrimiento no fue un rayo de luz instantáneo, sino más bien un despertar gradual, alimentado por las vibrantes escenas y la efervescente vida cultural de Nueva York. Fue en esta ciudad, un crisol de culturas y creatividad, donde Rothko encontró un fértil terreno para plantar las semillas de su futuro artístico.

Los primeros años de Rothko en el mundo del arte estuvieron llenos de experimentación. Se sumergió en el estudio de los grandes maestros, pero también se dejó influir por sus contemporáneos y por las corrientes emergentes de aquel entonces. Su obra inicial mostraba una fuerte inclinación hacia el surrealismo y el simbolismo, con piezas como "Entrada al subte" que capturaban la esencia de la vida urbana a través de un prisma emocional y colorido. Sin embargo, a medida que su carrera progresaba, Rothko comenzó a alejarse de la representación figurativa y se movió hacia lo que él consideraba la forma más pura de arte: la abstracción.