Capítulo I

804 38 22
                                    

No puedo hacerte entender. No puedo hacer que nadie entienda lo que está sucediendo dentro de mí. Ni siquiera puedo explicármelo a mí mismo. - La metamorfosis| Franz Kafka

Borrosa. Tenía la visión completamente borrosa. Los oídos le pitaron. Escuchaba en eco y a cámara lenta el repicar del holter en la habitación, lento, demasiado lento, extremadamente lento.

*Doctora Borrell acuda al box 35, código azul, repito box 35, código azul*

La megafonía, en otro momento estridente, resonaba como una cueva gélida, oscura y vacía.

Sus manos húmedas por el sudor eran lo más cercano a una sensación coherente que percibían sus sentidos. Debía moverse, no podía permanecer más tiempo ahí entre cables, tubos y camillas subiendo y bajando por el pasillo con la esperanza de llegar a tiempo al código azul.

Intentó mover su pierna derecha, que respondía con un retardo a sus estímulos. Con cada paso las paredes menguaban acechando su camino.

Tres pasos y golpeó un carrito en donde descansaban instrumentos varios que minutos antes habían utilizado enfermeros y médicos. El golpe no fue punzante, sino espaciado en su piel efecto de la pequeña despersonalización en la que se encontraba. Las escenas recorrían su mente de manera borrosa mientras se alejaba de la sala. Intentaba sujetarse entre muebles gélidos, pulcros, sanitarios. La rugosidad de la mesa de la UCI, provocó que cerrara los ojos intentando centrarse únicamente en ese sentido.

Inutilizar la vista aumentó el tamborileo de su corazón en su pecho. La marcha fúnebre que sentía invadir sus pulmones entonaba una macabra canción junto a su corazón bombeando sangre a sus poros, mientras la sensación de desvanecimiento aumentaba.

El sabor a cobre en su boca no ayudaba. Más fuera de su ser que dentro, abrió los ojos y avanzó hasta la pared más cercana del pasillo.

Deslizando su cuerpo hasta sentarse en el suelo, intentaba recordar lo que su psicóloga dice para ayudarla a gestionar estas situaciones.

La opresión en el pecho era como tener una barra de metal constriñendo su capacidad pulmonar. No recordaba un ataque así desde hace mucho.

No, esto no podía estar pasando. Todo el trabajo que había hecho en terapia.Todos estos años de esfuerzo, de sesiones en donde realizaba ejercicios constantes de concentración, de conexión con lo que le rodeaba, de respiración apaciguadora habían sido en vano.

La última vez que tuvo esta sensación, no la quería recordar. A pesar de lo que se decía a sí misma, no lo había superado, el dolor escondido permaneció durante estos últimos ocho años. Aquel fatídico día, en donde el mundo que había construido por años se derrumbó en una sola tarde. Una tarde de gritos, reproches, sofocos, llantos y dolor. Mucho dolor. El último recuerdo, el más punzante le quemaba, ardía.

*¡No! Basta Fina, concéntrate, este no es el momento. Vuelve a focalizar, céntrate en un sentido*. Aunque era ella quien formulaba las frases escuchaba la voz de su psicóloga.

La camisa de lino que lleva permite sentir la pared contra su espalda. Frío, es lo que más siente en este momento. El aire acondicionado y salir de esas cuatro paredes le permiten poco a poco recuperar sus sentidos. La sensación sobre el pecho persiste, las paredes continúan moviéndose como arena fangosa, emborronada.

El sonido de pasos a su alrededor mejora, el eco se torna más claro.

- Fina.....- con los ojos cerrados y aplicando las técnicas de respiración consigue que la arena fangosa se convierta en arena de desierto, suave, libre.

- ¡Finaaaa por dios!- respira profundo, lento dejando que el aire inunde sus pulmones. Es ahí cuando nota cierto olor a rosas. Rosas blancas, camomila, verbena y un toque a cítrico que no consigue identificar.

DesiderareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora