Capítulo 8

125 10 0
                                    

Bruno

No he podido pegar un ojo en toda la noche, dando vueltas en la cama y pensando en Sofía. Verla de nuevo después de un mes hizo resurgir todos los sentimientos que traté de apagar durante mi ausencia. Cuando la vi ahí, parada en la pizzería, sin darse cuenta de que estábamos a solo unos metros, sentí una mezcla de emociones difícil de describir. Se veía tan tranquila, en contraste con la última vez que la vi, cuando su mirada decepcionada me atormentó durante todo este mes, y estoy seguro de que seguirá haciéndolo.

Aunque mis sentimientos por ella aún son fuertes, no puedo permitir que nublen mi juicio. No debo olvidar la decisión que tomé aquella tarde en mi casa. Mientras la observaba, rogaba que no se diera cuenta de nuestra presencia, pero mis esperanzas se desvanecieron cuando mi hijo gritó su nombre.

La sorpresa en su rostro al vernos era evidente, dadas las circunstancias, pero eso no le impidió sonreírnos y ser amable. Dante se mostraba tímido, y creo entender por qué: su mirada reflejaba el mismo afecto que me muestra cuando me dice que me ama y pasamos tiempo juntos. No puedo ignorar esto, ya que es la primera vez que Dante se abre así con alguien fuera de nuestra familia. Y mi hijo siempre será mi prioridad, incluso sobre mis propias decisiones.

Después de la charla de anoche con Dante, decidí que permitiría que pasaran tiempo juntos, pero yo mantendría cierta distancia.

Mis pensamientos se desvanecen cuando la alarma suena a las seis de la mañana. Me levanto con pesadez y me dirijo al baño para iniciar mi rutina diaria. Tras una ducha rápida, me visto con cuidado, eligiendo una camisa blanca impecable, un pantalón de vestir negro, el saco del conjunto y una corbata a juego. Me coloco los gemelos con precisión, aplico un poco de colonia y bajo a la cocina para desayunar. Ya son las siete, así que me preparo un café fuerte y unos huevos revueltos. Después de comer, subo a la habitación de Dante para darle un beso en la frente mientras duerme, sabiendo que despertará cerca de las ocho.

Salgo de casa, saludo a los guardias de seguridad y me subo a mi auto, iniciando mi viaje hacia la empresa. Al llegar, saludo cordialmente a los empleados que encuentro y tomo el ascensor hasta el último piso, donde está mi oficina. El timbre del elevador anuncia mi llegada y, al salir, me recibe mi secretaria, Sonia, una mujer de unos cuarenta años que ha trabajado conmigo desde que abrí la empresa hace diez años.

—Buenos días, Sonia —saludo mientras camino hacia mi oficina.

—Buenos días, joven —responde, colocándose a mi lado.

—¿Qué tengo en la agenda para hoy? —pregunto, abriendo la puerta de mi oficina y dirigiéndome a mi escritorio.

—A las diez tiene una entrevista con un chef para el nuevo restaurante y, después del almuerzo, a partir de las dos, tiene reuniones con los inversores del restaurante —informa mientras cierra su agenda.

—Cierto, había olvidado la entrevista. Llámalo y cítalo en el restaurante —indico.

—Claro, ¿necesita algo más? —pregunta.

—No, nada más, Sonia. Puedes retirarte.

Ella asiente y se dirige a su escritorio. Decido aprovechar el tiempo hasta la entrevista organizando y revisando algunos documentos. Cuando me doy cuenta, falta solo media hora para las diez, así que decido partir hacia el restaurante. No me gusta llegar tarde a ninguna cita, y menos cuando soy yo quien ha convocado a la persona.

Salgo de la oficina y me dirijo al estacionamiento para recoger mi auto. Mientras conduzco hacia el restaurante, me siento ansioso por la entrevista. El lugar está casi listo, solo faltan algunos detalles de la decoración, pero estoy seguro de que Lorenzo, el chef italiano, será la pieza final para que todo encaje perfectamente.

Dulce MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora