Epílogo

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Seis años después

–¿Se han dormido todos? –murmuró Ohm desde el umbral de la puerta–. ¿Incluso Castor?

Fluke le sonrió desde un lado de la cuna donde dormía su hijo más pequeño. A los diez meses de edad, Castor era muy distinto de su hermano mayor, más tolerante. Se ponía de mal genio cuando la vida no iba como quería y solo dormía cuando le apetecía. No le gustaban los rostros, los sitios ni los alimentos que no conocía. Era difícil contentarlo.

–El aire fresco obra milagros –contestó Fluke.

Los reyes de Therckos, vestidos de modo informal por estar en la casa de la montaña, fueron a la habitación de al lado, donde dormía Eliana, su hija de cuatro años. Tenía el cabello y los ojos de Fluke. Dormía profundamente tras haberse pasado el día corriendo por el bosque con su hermano mayor.

Alexios dormía como un tronco. Fluke recogió la tableta, que se le había caído de la mano. No se creía que hubiera sido un bebé, porque ya era grande y probablemente sería más alto que su padre. Se parecía a él, pero su carácter no era el de ninguno de sus progenitores. Era inteligente y reflexivo, activo y muy paciente, y costaba enfadarlo.

–Se lo ha pasado muy bien pescando contigo esta mañana –dijo Fluke a Ohm mientras cerraba la puerta.

–Basta de hablar de los niños –Ohm le mordisqueó la nuca–. Mean y Plan llegarán pronto con sus hijos. Sufrirán el desfase horario, por lo que tardarán horas en tranquilizarse.

–Deja de quejarte. Te encanta ver a tu hermano y su familia.

–Es nuestro aniversario de boda. Recuérdame por qué vamos a tener invitados –le pidió Ohm mientras lo llevaba al dormitorio, sin esconder sus intenciones.

–Porque Mean y Plan son los únicos con los que podemos relajarnos.

Era cierto. Podían decir lo que querían en presencia de ellos, sin miedo a que nadie se ofendiera ni apareciera en la prensa, lo cual era probablemente una de las razones por la que las dos parejas se habían hecho tan amigas. Contribuía el hecho de que eran jóvenes y tenían hijos de la misma edad. Además, Fluke sentía un gran afecto por Plan.

–Tienes razón. Soy un egoísta porque, cuando por fin te tengo todo para mí, no quiero compartirte con nadie, ni siquiera con mis hijos –le besó los hombros y le bajo la camisa para descubrirle el pecho, y sus pezones que tomó en las manos emitiendo un sonido de masculina aprobación–. Esta es mi camisa preferida.

–Porque se quita con facilidad. A veces eres muy elemental –dijo Fluke mientras arqueaba la espalda para apretarse más contra sus manos.

–¿Y no te gusta? –preguntó él tumbándolo en la cama y acabando de desnudarlo.

–Me encanta.

Fluke lo miró con amor, mientras él se desvestía y descubría el ágil y musculoso cuerpo que él no se cansaba de contemplar.

–Y tú me encantas a mí, rey mío –afirmó el colocándose sobre Ohm, listo para actuar.

Como a un rey así lo trataba en sentido literal y figurado. Fluke se deleitaba en la sensación de seguridad que le proporcionaba cada vez que lo miraba. Tenía la familia que siempre había deseado, y lo mejor de todo era que Ohm deseaba lo mismo.

Fluke veía la ternura, el afecto y la lealtad que le ofrecía y las noches con él eran maravillosas, pensó, mientras arqueaba la espalda al penetrarlo con impaciencia.

Después, mientras oía a Ohm en la ducha, reflexionó sobre lo afortunado que era.

Ohm era un padre magnífico, siempre preocupado por los niños. También lo había ayudado mucho a aprender su papel de rey consorte, para el que le había resultado muy útil su dominio de diversos idiomas, así como los consejos de Plan, aunque el emir de Alzará vivía de manera mucho más formal que su hermano menor, que había eliminado parte de la pompa y el boato del palacio y adoptado un estilo más contemporáneo.

Liz y Laurie lo visitaban con frecuencia con sus hijos. El mes anterior los habían invitado a pasar el fin de semana en París, en casa de Ohm. También fueron Mean y Plan, por lo que la estancia se convirtió en una gran fiesta.

Sin embargo, por regla general, Fluke y Ohm se iban los fines de semana, con sus hijos, a la casa de la montaña.

Libres de la formalidad del palacio y de sus numerosos empleados, podían ser ellos mismos, y los niños aprendían a tener los pies en la tierra, porque nadie los servía allí.

Durante unas vacaciones de Viola, Fluke descubrió que Ohm cocinaba mucho mejor que él mismo. Una de las alegrías de estar casado con él era que lo seguía sorprendiendo.

–Casi se me olvida –dijo Ohm al salir del cuarto de baño, duchado y vestido–. Por nuestro aniversario de boda...

–¡Ya me has comprado el collar! –exclamó Fluke.

–Es un anillo –dijo él mientras le ponía un anillo de diamantes al lado de la alianza matrimonial–. Eres mío y soy tuyo para siempre. Está grabado en el interior.

Unos minutos después, Fluke se percató de la hora y fue a ducharse, porque Mean y Plan estaban a punto de llegar.

Ohm y Fluke ya habían bajado, cuando el helicóptero aterrizó delante de la casa.

–Al final has roto todos los moldes –le dijo Fluke con ternura–. El grabado es verdaderamente romántico.

F I N

Heredero escondidoWhere stories live. Discover now