antiestres

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Es más de la mitad del año y la suerte del equipo no ha sido la misma desde el inicio de la temporada, el rendimiento, antes perfecto, se puede considerar ahora como terrible, espantoso, nefasto. La  buena racha que ha tenido Red Bull en podios, 1-2, durante tres años ha desaparecido. Los resultados mostrados en pantalla no parecen ser de gusto grato para nadie en el garage, sobre todo para Maxine Verstappen; quien no está plenamente contenta con lo que ve.

Su ceño ligeramente fruncido combinado con la mueca que hacen sus labios rellenos al instante que coloca sus dedos debajo de ellos en un vano intento de ocultar lo que siente, muestra el hervir de sus propias emociones sucumbiendo al enojo.

Su nivel de tolerancia que ha aumentado conforme al tiempo, al distanciamiento que ha tenido con su padre y a las múltiples sesiones con su terapeuta, con quien Christian la obligó a tomar después de los sucesos de Brasil; a este punto, está a nada de desvanecerse. La barrera que creó con tanto esmero y trabajo para evitar el caudal violento de su propia ira, se estaba quebrantando con la incomprensión de lo que está ocurriendo últimamente con el equipo, con los resultados, con el auto y con ella; con todo en general.

Era simplemente inaudito. Tal declive en tan poco tiempo es inexplicable, tantas bajas con un campeonato de por medio y con pilotos pisándole los talones, esperando el momento exacto que baje la guardia para rebasarla y cruzar la meta, estaba poniendo al límite su resiliencia y su paciencia.

Estaba que se la llevaba el demonio —alias, su padre—, cada que repite una y otra vez las grabaciones de su fatal trabajo en esta última Qualy, no dejaba de encontrar fallos y malos movimientos.

¿Qué era acaso? ¿Una novata? ¡Claro qué no! Era una campeona mundial tres veces consecutivas, la mejor de la categoría y la piloto que cargaba el número uno como si fuera su propia cruz. Por supuesto que nadie es perfecto, si fuese el caso, Esteban Ocon no sería francés, siempre habrá errores y contratiempos pero no de ella.

Principalmente no de Maxine.

Ahora con todo lo que ha estado ocurriendo lo único que le quedaba era soportar y no estallar, porque dado el caso, Maxine sería una maldita bomba de tiempo.

Puta madre. Puta mierda—El murmullo que sale de sus labios era principalmente para ser escuchado únicamente por ella, una manera de desahogarse sin represalias para no agobiar a nadie, sin embargo, no contaba con que varios de sus ingenieros, Hanna, incluído Christian, la escucharan.

De repente, el ambiente se puso ligeramente tenso a su alrededor sin que ella se percatara, escuchar a Maxine expresarse igual o peor que camionero en pleno horario laboral no era nada sorprendente para nadie, durante sus últimos años de adolescencia Maxine se dedicó a maldecir cualquier cosa en muchos idiomas, incluído en japonés —culpen las caricaturas asiáticas que veía durante la noche—; no obstante, cuando Maxine maldecía tan abiertamente, significaba que algo se avecinaba y no era nada bueno.

Por ello, Christian, conocedor de su piloto número uno y casi un padre para ella, se aleja despacio del garaje de Maxine sin que ella se diera cuenta y se dirige rápidamente al de Sandra Pérez. No es estúpido ni ciego, podrá ser viejo y posiblemente uno que otra neurona se le haya chispado debido a la edad, pero sabe que algo ocurria con sus chicas más allá del compañerismo y una simple amistad.

Además, no hay nadie mejor para domar a la Leona de Países Bajos que la portadora del número once, a quien encontró hablando pacíficamente con Bird.

Llamar su atención fue sencillo, era el jefe, después de todo, todo el garaje se dió cuenta de su presencia; le dio a la piloto un suave toque en el hombro y le hace un reconocido gesto con la cabeza para que la siguiera al otro lado. La mexicana, aunque siempre despistada y un poco confundida, entendió rápidamente lo que ocurría, terminó su conversación con Huge y sus ingenieros, y caminó a la par que su jefe, dejando su casco en las manos de Jo.

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