Capítulo 65: La Lluvia del Desconsuelo

1 0 0
                                    

Capítulo: "La Lluvia del Desconsuelo"

La tormenta caía sobre Desembarco del Rey, las gotas de lluvia golpeando los tejados y las calles empedradas con una furia que reflejaba el caos que reinaba en los corazones de sus habitantes. En lo más alto de la Fortaleza Roja, Aemond estaba en sus aposentos, su cuerpo entrelazado con el de una joven doncella de largos cabellos oscuros, una de las más cercanas a la reina Rhaela. Las sábanas de seda cubrían parcialmente sus cuerpos, pero el acto de traición era innegable, marcado por el crujido de la cama y los suspiros que llenaban el aire pesado del dormitorio.

Sin previo aviso, la puerta de los aposentos se abrió de golpe. Rhaela, empapada por la lluvia que la había atrapado mientras volvía de supervisar los preparativos para la ceremonia de su hijo, se quedó inmóvil en el umbral. Su mirada se encontró con la de Aemond, y luego descendió hacia la doncella que, al reconocer a su reina, soltó un grito ahogado, su rostro tornándose pálido de terror. En un intento desesperado por ocultar su vergüenza, la doncella se cubrió con un velo cercano y salió corriendo de la habitación, dejando tras de sí solo el eco de sus pisadas apresuradas.

Rhaela no pudo distinguir quién era la doncella, pero la furia que la invadió no necesitaba nombres ni identidades. Su corazón palpitaba con una intensidad casi dolorosa, el calor de la rabia brotando desde lo más profundo de su ser. Sus ojos se encendieron con una mezcla de tristeza y odio.

—¡Traidor! —escupió la palabra con una ira que había estado acumulando durante años, una ira que ahora se liberaba en una tormenta de dolor—. ¡Eres un cobarde, un hombre sin honor! ¿Así pagas mi lealtad, mi amor? ¡Eres menos que un hombre, Aemond! ¡Ni siquiera mereces llevar el nombre que llevas!

Aemond, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, con el rostro impasible y la mirada gélida, se levantó de la cama con la calma de un depredador acechando a su presa. Se acercó a Rhaela, su sombra proyectándose sobre ella como un manto oscuro.

—Cállate, Rhaela —murmuró con una voz baja y peligrosa, cada palabra impregnada de amenaza—. O juro por los dioses que haré que te arrepientas de cada palabra que has dicho.

Pero Rhaela, lejos de amedrentarse, lo desafió con una mirada feroz. Sin decir nada más, dio media vuelta y salió de la habitación, sus pasos resonando en el suelo de mármol como tambores de guerra. Afuera, la lluvia la recibió nuevamente, pero esta vez no fue suficiente para apagar el fuego que ardía en su interior.

Caminó por las calles de Desembarco del Rey, sin capa ni escolta, solo con la furia que la impulsaba a cada paso. La lluvia empapaba su vestido y su cabello, pero Rhaela apenas lo notaba. De repente, el dolor y la traición se transformaron en una necesidad de liberar su angustia. Gritó, un grito desgarrador que resonó por las calles vacías y que rápidamente atrajo la atención de los ciudadanos que se habían refugiado de la tormenta.

—¡Mi marido me ha traicionado! —gritó con toda su alma—. ¡El rey es un infiel, un traidor!

Los murmullos se extendieron entre los pocos que habían salido de sus hogares para ver el espectáculo. Las palabras de Rhaela, cargadas de verdad y desesperación, se convirtieron en cuchillos que atravesaban el aire. La reina, siempre fuerte y firme, ahora mostraba una vulnerabilidad que nadie había visto antes, una vulnerabilidad que desgarraba el corazón de aquellos que la habían conocido como la salvadora de la ciudad.

Antes de que la situación se descontrolara, las doncellas y los guardias infiltrados, quienes la habían seguido a cierta distancia, se apresuraron a cubrirla con una tela, protegiéndola de las miradas curiosas. Formaron un círculo alrededor de ella, un escudo humano que la rodeaba mientras la guiaban de vuelta al castillo.

Rhaela, con la mirada perdida y el corazón hecho pedazos, se dejó llevar sin resistencia, sus gritos sofocados por la lluvia y las mantas que la envolvían. Su alma, antes invencible, ahora luchaba por no sucumbir a la oscuridad que la acechaba.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now