C A P Í T U L O 8

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Lauren

Ella leía mis libros.

Al principio, creí que me lo estaba imaginando. Me sentía observada todo el tiempo, pero cuando me volvía a mirarla la encontraba siempre con la cabeza gacha. Por fin comprendí que me miraba el regazo. No en plan grosero. Leía los libros; la veía mover los ojos.

No sabía que una morena pudiese tener los ojos tan negros. Los ojos de la nueva eran aún más negros que los de mi padre, muy oscuros, casi como dos orificios en su rostro. Dicho así, parecía algo malo, pero no. Tal vez la mirada fuera su rasgo más bonito. Me recordaba a los dibujos que algunos artistas hacían de Jean Grey en pleno proceso telepático, con unos ojos como velados y extraños.

Aquel día la nueva llevaba un vestido con estampados de flores, y unos bailarines que apenas conseguía tocar el suelo cuando se sentaba a mi lado.

Y estaba leyendo mis libros.

Sentí que debía decirle algo. Siempre tenía la sensación de que debía dirigirle la palabra, aunque solo fuera para saludar o disculparme. Sin embargo, no había vuelto a decirle nada desde aquel día que le hablé mal, y ahora la situación se había vuelto irreversiblemente rara. Durante una hora al día. Treinta minutos de ida y treinta de vuelta. No dije nada. Me limité a abrir más el libro y a pasar las páginas más despacio.

<◇>

Camila

Mi madre parecía cansada cuando llegué a casa. Más de lo normal. Tensa, a punto de desmoronarse mientras en su mano estrujaba con fuerza su celular. Quiso disimular cuando se acerco a saludarme, pero su acción no fue suficiente.

Me acarició la cara, beso mi frente y con los ojos apagado me pidió que la esperase en la cocina.

Más tarde, cuando llegó Sofí de la guardería  entró como una tromba marina a la cocina. Mi madre le perdió que hiciera silencio que estaba al teléfono hablando de trabajo. Cosas importantes pensé yo, así que tomé la mano de Sofí cuando no hizo caso y la llevé conmigo al jardín por la puerta trasera.

Mientras Sofí tomaba sus juguetes aun regados en el jardín me quedé plantada en la escalera sintiendo el aire fresco rozar mis mejillas. Pude ver las hojas de los árboles sacudirse y chocar entre sí, pero no escuché ningún ruido alarmante cuando las aves salieron volando lejos. Suspiré con recelo mirando otra vez el reguero que mi hermana hacía. Podría jurar que algunos juguetes ya no servían, que le faltaban piezas, pero ella aún seguía usándolos.

Mi madre salió tiempo después de la cocina y se sentó a mi lado a observar a mi hermana sin quitar ese semblante de preocupación de su rostro. Cuando algo no le estaba agradando de su trabajo solía buscarnos a mi hermana y a mí, y nos metíamos todas en cama a ver películas, algún juego de mesa, o cualquier otra cosa para distraerla de aquellas decepciones que no dejaban tranquila una mente creativa.

Mi madre trabaja en el área de economía en una empresa extranjera que le permite trabajar desde casa, pero también es diseñadora de interiores. Te sorprendería ver lo estricta que es con las cosas que se mueven de lugar sin su consentimiento.

Le pregunté si ocurría algo aunque  normalmente me decía que no esta vez empezó a contarme como un compañero de su trabajo quiso estafar a la empresa, pero fue detenido por fortuna, aún que a raíz de eso su trabajo se verá perjudicado, ya que sus horas laborales se multiplicarán a partir de ahora. Si tarde de la noche la encontraba despierta en su despacho, qué podría esperarse ahora.

Me puse el puño derecho en el pecho y lo frote en círculos.

Mi madre me abrazó y me plantó un beso en la mejilla, sin apartar sus manos de mi cara.

"Tú no tienes la culpa, cariño".

Le pregunte si necesitaba ayuda aunque no supiese nada estaba dispuesta hacer algo por ella. No sé porque sus ojos tomaron un brillo distinto, pero no dejó de verme a los ojos.

"No, cariño".

La abracé y nos quedamos ahí por un largo tiempo mirando a Sofí jugar y agotar sus energías hasta que llegó papá y tuvimos que irnos a duchar antes de sentarnos a la mesa a comer.

De Ti Aprendí; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora