C A P Í T U L O 10

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Camila

Al día siguiente, cuando subí al autobús, encontré un libro en mi asiento. Era Orgullo y prejuicio de Jane Austen.

El libro ya lo había leído, pero no dije nada, así que lo cogí y me senté. Guardé en mi mochila el libro y miré por la ventanilla. No quería leerlo delante de Lauren. Sería como comer delante de ella porque ya me sabía el final y no quería ser grosera. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo amable en querer prestármelo.

En cuanto llegué a casa, solo le eché una ojeada rápida. Sus libros siempre impecables, sin ninguna mancha, u hoja arrugada. Las portadas bien cuidadas y siempre eran de tapas duras.

Esa noche cené en mi cuarto sin dejar de observar en la distancia aquel ejemplar que no se parecía en nada al mío.

Cuando todos dormían me escabullí a la biblioteca y saqué de la estantería el libro desgastado y algo arrugado por el tiempo que pasó en mis manos hasta poder descifrar cada uno de sus secretos. Era un libro excelente y los gustos de la chica eran sin duda una completa exquisitez.

<◇>

Lauren

Ella leía los libros de un día para otro, no podía creer que existiera alguien que los leyera tan rápido. Estaba consiente de los comentarios que solía hacer la gente con respecto a las personas que perdían un sentido, ya que contaban con la capacidad de desarrollar otros... pero  leer tan rápido no creo que tenga que ver con eso, ¿o sí? aunque debo admitir que su destreza para la lectura es verdaderamente sorprendente.

Cuando me los devolvía a la mañana siguiente, se comportaba siempre como si me estuviera entregando algo muy delicado. Un tesoro, hasta me atrevería a decir que no los había tocado siquiera, salvo por el olor.

La chica nueva me devolvía los libros siempre emanando un olor como a perfume. Pero aquel perfume no se parecía al que usaba mi madre. Ni tampoco al de ella, que olía a vainilla. Cuando la nueva me los devolvía, los libros desprendían un aroma a rosas. A todo un jardín, incluso mi mochila tomaba ese olor por días.

La nueva había tardado menos de tres semanas en leer toda la colección de J. K. Rowling, y sabía que a ella le gustaban porque escribía los nombres de los personajes en la libreta de apuntes, entre nombres de grupos y letras de canciones, pero a pesar de todo seguíamos sin dirigirnos la palabra, el silencio se había vuelto menos hostil. Casi amigable (aunque no del todo).

Hoy no tendría más remedio que hablar con la nueva. Debía disculparme, porque no le había traído nada. Me había dormido y, con las prisas, había olvidado coger el libro que había dejado preparado para ella la noche anterior. Ni siquiera había desayunado ni me había lavado los dientes. Qué fastidio, tener que ir tanto rato a su lado en esas condiciones. Pese a todos mis planes, cuando la nueva subió al autobús y me devolvió el libro de la víspera, me limité a encogerme de hombros. Ella desvió la vista. Ambas bajamos la mirada. La chica se había vuelto a poner aquella gorra rosa con el ala hacia atrás que dejaba expuestos su rostro, moreno y limpio. Cuando miré sus manos pensé en mi madre diciendo que tenia manos de niño por las uñas tan cortas y las cutículas sin arreglar, pero no la iba a juzgar, yo también lo hacía cuando estaba nerviosa. La chica en muchas ocasiones se mordía aquellas partes en clase cuando trataba de entender las palabras de los profesores, lo consideré su tic nervioso personal porque una vez arrugaba su frente empezaba llevarse los dedos a la boca.

Ella se quedó mirando sus propios libros. A lo mejor pensaba que me había enfadado con ella, pero también posé los ojos en los libros de la chica. Estaban todos pintarrajeados y llenos de garabatos al estilo art nouveau.

De Ti Aprendí; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora