Capítulo 1: Fragmentos de una Infancia Perdida

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Tenía cinco años cuando mi mundo se desmoronó por primera vez. La casa de madera en la que vivíamos, con sus dos pequeñas habitaciones y la sala que se fundía con la cocina, se convirtió en el escenario de un conflicto que no comprendía pero que sentía en cada fibra de mi ser. Mi abuela y su esposo se enfrentaron en una pelea física que resonó en cada rincón de nuestro hogar. Recuerdo que la presión en mi pecho era abrumadora, como si una mano invisible intentara aplastar mi corazón. El llanto fue mi única respuesta, un grito mudo en medio del caos que no entendía.

No recuerdo por qué pelearon, solo que el sonido de los gritos y el estruendo de los golpes llenaron el aire, dejando una sensación de terror y desesperanza. Mi tía, que para mí había sido como una hermana, no estaba presente en ese momento. Mi mente infantil no podía procesar su ausencia, y me aferraba a la tristeza que me envolvía.

En ese entonces, no tenía juguetes, solo cepillos de dientes que imaginaba como muñecas barbie. La soledad era mi compañera constante, pues mi abuela no me permitía relacionarme con los niños del vecindario, quienes consideraba problemáticos. Me crié como si fuera una especie en extinción, aislada y sin esperanza de conexión con el mundo exterior.

La discusión entre mi abuela y su esposo había escalado tanto que pronto llegaron unos compañeros de iglesia a nuestra casa. Recuerdo sus rostros serios y la tensión en el aire, pero las palabras se me escapan. Mi mente infantil no lograba captar la totalidad de la conversación. Lo único que alcanzaba a oír eran fragmentos de las voces enojadas y el tono desesperado de mi abuela. Ella gritaba: "¡No me dejaré matar por ese...! Ustedes llévenselo."

No entendía del todo lo que estaba ocurriendo, solo que la situación se volvía más confusa y dolorosa con cada minuto que pasaba. Los visitantes, que parecían ser un consuelo temporal, finalmente se fueron. La casa se quedó en un silencio inquietante, lleno de resentimiento y frustración.

A pesar del caos y la tensión, la vida continuaba como si nada hubiera pasado. Mi abuela y su esposo, con una indiferencia que me resultaba desconcertante, se reconciliaron de la forma en que siempre lo hacían. Al caer la noche, se acostaron juntos en la misma cama, como si el enfrentamiento de esa tarde nunca hubiera tenido lugar. La normalidad se imponía una vez más, aunque en mi interior, el dolor y el desconcierto persistían.

Era un ciclo interminable de discordia y reconciliación, y yo me encontraba atrapada en el medio, incapaz de comprender por completo lo que sucedía a mi alrededor. La estabilidad que anhelaba parecía siempre esquiva, reemplazada por un constante estado de incertidumbre y tristeza.

Cada noche, dormía en la misma cama que mi tía, buscando en su presencia un refugio que me ofreciera algo de consuelo en medio de mi angustia. La casa, con su patio al aire libre, se sentía más como una prisión que un hogar, y la vida se desarrollaba en un ciclo interminable de soledad y dolor.

Echoes from the Abyss: My Life in FocusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora