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El día de la boda de Hashirama y Mito era como uno de esos días que todo Konoha iba a recordar. Claro, no todos por las mismas razones. La aldea estaba decorada como si fuera el evento del siglo-y en cierto modo, lo era-, con flores de cerezo cayendo como si alguien hubiera soltado un millón de confetis rosados desde el cielo. Pero entre la multitud, un par de ojos vigilantes y fríos observaban todo desde las sombras.

Mientras la ceremonia avanzaba con discursos y formalidades, Madara, en su clásico estilo Uchiha, mantenía una postura digna y distante. Ni una sonrisa, ni un gesto. Solo una mirada fija y crítica hacia los novios.

-No es como si esta boda fuera a cambiar el mundo -pensó, aunque el bullicio alrededor indicaba lo contrario.

Y justo cuando pensaba que podía pasar desapercibido, Hashirama decidió, como siempre, arruinarle el momento.

-¡Madara! -gritó Hashirama, con esa energía desbordante que parecía ser parte de su ADN-. Me pregunto cuándo te veremos a ti en el altar. ¿O será tan aburrido como tú?

La risa de los invitados fue como una ola, rodando por el lugar. Madara cerró los ojos, tomando una respiración lenta. Años de entrenamiento ninja, y aún así, Hashirama siempre sabía cómo golpear justo donde más le molestaba.

-No está en mis planes, Hashirama. Algunos de nosotros tenemos mejores cosas que hacer que perder el tiempo en "distraernos" -respondió Madara, su tono frío como un kunai bien afilado.

Las risas continuaron, pero Hashirama, como siempre, lo dejó pasar. Al fin y al cabo, sabía que Madara no era de los que se dejaban arrastrar por bromas tontas. Mito, por otro lado, le dio a su futuro esposo un codazo bastante notable para que volviera a la ceremonia. Y así lo hizo, pero no sin antes lanzarle a Madara una última mirada cómplice, como si esperara que algún día el Uchiha cediera a ese tipo de tonterías.

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Madara se había retirado a un lugar más apartado, observando a todos como si estuviera en una reunión política, no en una boda. Los invitados seguían entrando, cada cual más extravagante que el anterior, como si estuvieran compitiendo por quién llamaba más la atención. Madara, por supuesto, los veía como piezas en un tablero, midiendo cada expresión, cada movimiento. Para él, esto no era una celebración; era una guerra encubierta, donde las alianzas se sellaban con sonrisas falsas y las puñaladas eran tan sutiles como los brindis.

Y entonces, vio a Tobirama entrar... con alguien que no esperaba ver. Aisuru.

Cinco años habían pasado desde la última vez que la vio. Aisuru había sido una niña Uzumaki llena de energía y despreocupación, el cabello corto y rebelde, una sonrisa que siempre parecía decir "
¿Qué travesura puedo hacer hoy?. Pero la joven que entraba ahora junto a Tobirama era... otra historia.

Madara no pudo evitar seguirla con la mirada, sintiendo algo incómodo en su interior. Aisuru ya no era esa niña. Su cabello rojo ahora caía como una cascada sobre su espalda, largo y perfectamente arreglado, brillando con los destellos de las lámparas. Y ese kimono... carmesí con bordados dorados, marcando su figura con una elegancia que no había visto antes en ella. Pero lo que más le llamó la atención fue su mirada. Los ojos astutos que ahora lo miraban con una confianza que no recordaba. La Aisuru que tenía delante no era una niña perdida en el mundo; era una mujer que sabía lo que quería... y eso lo descolocaba.

Madara notó cómo todos los hombres en la sala también la miraban, algunos con admiración, otros con deseo. Pero ninguno con la intensidad con la que él la observaba. ¿Cuándo había ocurrido este cambio? ¿Cómo había pasado de ser la chiquilla despreocupada a alguien que, claramente, controlaba cada situación a su alrededor?

Intentó apartar la mirada. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar por distracciones, pero su mente no cooperaba. ¿Qué clase de juego estaba jugando Aisuru ahora?

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Madara se había escapado de la boda, buscando la tranquilidad entre los árboles. Si algo sabía de sí mismo, era que no era un tipo de fiestas. Prefería la paz del bosque, donde no tenía que lidiar con los murmullos ni las miradas furtivas.

Pero la paz no duró mucho.

-¿Huyendo de la fiesta, Madara?

La voz era familiar, pero con un toque nuevo, más profundo, más... seguro. Se giró y, bajo la luz de la luna, estaba Aisuru, apoyada contra un árbol, mirándolo con una sonrisa que parecía tener más de un significado.

-No lo llamaría huir -respondió Madara, manteniendo su tono neutral, aunque su mente estaba un tanto alerta-. Solo busco algo de paz.

-Algunas cosas no cambian, parece -dijo ella, acercándose lentamente-. Siempre tan serio, tan distante.

Madara la observó de cerca. Ya no era la niña Uzumaki que recordaba. Había algo en ella, una gracia casi felina, peligrosa pero intrigante.

-Tú, en cambio, has cambiado -dijo, evaluándola con una frialdad que escondía su creciente interés.

Aisuru sonrió de una manera que bordeaba lo travieso. -Cinco años pueden cambiar muchas cosas. Y si algo he aprendido, Madara, es que quedarse igual es... aburrido.

El Uchiha alzó una ceja, su curiosidad despertada. -¿Y qué has aprendido exactamente?

Ella dio un paso más cerca, la distancia entre ellos casi inexistente.

-He aprendido que a veces, para conseguir lo que uno quiere, hay que ser... táctico -respondió ella, eligiendo cada palabra con cuidado, dejando que el significado flotara en el aire.

Madara, por más que intentara mantener su compostura, no pudo evitar sentir que la conversación había tomado un giro que no esperaba. Aisuru estaba jugando, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba perdiendo.

-¿Táctico? -repitió, alzando una ceja-. Y dime, Aisuru, ¿qué es lo que tú quieres?

Ella lo miró directamente a los ojos, su sonrisa ahora más enigmática.

-¿No es obvio? Quiero... lo que la vida tiene para ofrecerme.

Antes de que Madara pudiera decir algo más, Tobirama apareció, su presencia apagando instantáneamente el calor del momento.

-Aisuru, te estaba buscando -dijo Tobirama, su tono más suave de lo habitual.

Aisuru se giró hacia él, sonriendo. -Parece que tengo muchos compromisos esta noche.

Madara y Tobirama intercambiaron una mirada cargada de tensión. Aunque no había palabras, el mensaje era claro. Pero en esta guerra silenciosa, Aisuru se marchó junto a Tobirama, dejando a Madara solo en el bosque, con más preguntas que respuestas.

El silencio volvió, pero esta vez, Madara ya no estaba tan seguro de que eso fuera lo que quería.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora