Prólogo: Marcas.

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7 años antes.

El golpe seco del metal contra la madera resonaba en el frío y neblinoso bosque teniño de blanco y negro.

Los inmensos y delgados árboles oscuros se alzaban como agujas hacía el cielo. No había mejor madera que esa para quemar como leña.

Poco humo, larga duración y un satisfactorio crepitar entre las llamas. El único combustible y fuente de luz que se podían permitir.

El sonido de los golpes se detuvo, el último tronco que quedaba había sido partido en dos y subido a la pila de leña de la carreta.

Debía ponerse en marcha antes de que el calor de su cuerpo redujese y perdiera el ímpetu. No quería enfermar.

Tomó las cuerdas de la carreta y se las ató alrededor del torso, acto seguido inspiró profundamente y empezó a tirar hacía adelante. Una tarea tediosa y a la vez exasperante puesto que avanzar sobre nieve derretida de esa manera era un proceso lento.

Cuando finalmente llegó a su refugio, la luz del día había remitido y apenas podía ver nada. Lo único que le permitía medianamente ver lo que tenía a sus pies era el leve brillo del cristal que tenía en su pecho.

Por la opacidad del color podía darse cuenta de que había llegado con la energía justa, unos minutos más tarde y se habría desplomado en el suelo hasta el próximo día, si es que llegaba a sobrevivir una noche a la fría intemperie.

Ya tenía controlado cuánto tiempo podía pasar talando en el bosque hasta que le quedara solo la fuerza suficiente para regresar. Esta noche dormiría y mañana temprano iría a vender la leña al pueblo. Por la tarde regresaría al bosque para seguir talando y esta vez podría añadir cinco minutos más de trabajo, fruto del esfuerzo del día anterior.

De los veinticuatro años que tenía, llevaba siete años repitiendo aquella rutina. Fue la herencia que recibió de su padre antes de que...

El leñador sacudió su cabeza y se sentó a la mesa iluminada por velas, sacó una hogaza de pan y se sirvió el fondo de una botella de cidra que había dejado más temprano cerca de la chimenea.

Después de eso, se metió en su cama y cerró sus ojos. No le costó nada quedarse dormido.

La nevada de ese día casi llegaba hasta sus rodillas, pero aún no era mucha molestia como para impedirle bajar al pueblo con la carreta cargada. La nevada del día siguiente ya sería una molestia, la del día siguiente haría difícil abrir la puerta y finalmente al quinto día no se podría salir de las casas. Luego la nieve desaparecía rápidamente para el día sexto y el ciclo se repetía.

La Nevada Perpetúa, que es como se le conoce a este fenómeno, empezó tanto tiempo atrás que es difícil dar un número exacto de años, y este leñador no era alguien que conociese esa información en particular, como tampoco había conocido el pasto verde o un cielo azul despejado.Todo lo que pasaba por su mente tenía que ver con talar árboles.

Su refugio estaba alejado del pueblo, lo suficiente como para que le tomara una o dos horas en llegar hasta allí, dependiendo de la nieve en el terreno.

Empujar la carreta cargada de leña ayudaba a mejorar su resistencia al igual que pasar toda una tarde talando. Pero era una actividad que solo podía hacer una vez a la semana debido a la veloz acumulación de la nieve.

Había decidido que esta vez se quedaría en el taller de carpintería del pueblo para seguir trabajando en sus otros proyectos. Nunca estaba de más tener una fuente de ingresos extra. Más cuando pasabas tanto tiempo alejado del pueblo.

Como era de esperarse, en las condiciones en que se vivía en un lugar así, la demanda por la leña era extremadamente alta. Los otros diez leñadores ya habían llegado a la entrada del pueblo y estaban formados en semicirculo, cada cuál con su clientela habitual.

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⏰ Última actualización: Aug 12 ⏰

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