Capítulo 2: Hágase la luz... para el que quiera ver.

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Te veo moverte por mis habitaciones...

"¿Qué será eso de ahí?" "Oh, ¿Y eso otro de ahí, qué función tiene?"

Te veo, te veo viajar con tu mirada, con tu cuerpo estático. 

—Pero parece que no disfrutas de mi paraje...

Escuchas mi voz rebotar. Ondas senoidales, como las de un silbido, una frecuencia...

Ondean en el espacio deformándolo como una piedra en un estanque. Retrocediendo y colapsando en el momento preciso en el que salieron de mis labios.

¿O es acaso que nunca salieron? O que salieron hace mucho y se están devolviendo a su dueño... Te ves llegar de repente, pero no desde tus ojos, no te sientes llegar, no te sientes entrar por mi ventana...

—Y no te saludo... ni siquiera te presto atención, no veo donde estuviste, veo donde estás...

O donde crees que estás ahora mismo...

¿Tus sentidos te engañan?

La luz violeta entra en las ventanas, tan real como la que entra por tu ventana en este instante. ¿O es de noche? ¿De hecho la luz de este sitio no era agua marina antes?

Abandonas este lugar posando tu mirada fuera de las palabras. Puedes irte, dejar que tu estrella se ponga por el horizonte, volver cuando la luz penetra por el cénit de la atmósfera, caer cuando el cielo se torna amarillento y rojo o inclusive cuando acaba gris y desolado.

Pero este momento sigue aquí, congelado en el tiempo.

—Mis oscilaciones no paran por tu ignorancia.

Pero quizás por esto no te gusta este lugar...

—Estos nuevos principios cosmológicos son difíciles de digerir para la vida... Vas hacia adelante. Pero sin la influencia que curva este universo... ¿dónde es hacia adelante?

Te ves escapar. Estás entrando por la ventana, pero tu cuerpo está de pie conmigo a tu lado. Estás dejando que la luz de un... aparato extraño penetre en tus retinas, que tus miles de millones de células en tu neocortex asocien los símbolos con los que me hago entender a través de tu lenguaje...

—Un curioso aparato sin duda... ¿Pero qué hace?...

Comunica, enseña, distorsiona y conecta...

—A ese nivel habéis llegado entonces...

Pero no al suficiente para digerir mi paraje...

—Te mostraré algo que puedas entender entonces...

Algo lejano. Muy lejano...

De repente las ondas se vuelven silenciosas. No deforman nada, no viajan como antes.

Se ven atrapadas, atrapadas en la inevitable deformación de mi reino.

Inclusive la luz neón de mi hogar se ve atrapada. Cambiada para siempre, nueva y renovada.

Reflejada...

De repente, en el horizonte, 4 siluetas monumentales empiezan a formarse de la bruma. Materia, materia cruda y fría que de manera singular comienza a modificar la propia realidad.

Las ves por la ventana. Pero en realidad te sientes flotar en el espacio contemplando su renacimiento. Son planetas, planetas que antaño fueron la cuna de la vida, lo que alguna vez fue el centro de su realidad. Deformada y retorcida.

Los ves crecer, los ves volver...

Uno conglomerándose a través del polvo... de la mezcla entre la tierra natural, la madera y la piedra chamuscada... ennegrecida con la avaricia, engullida por las llamas que una a una ves apagarse mientras los trozos construyen montañas, castillos y aldeas... Armonía, pero a la vez destrucción. Como si revirtieses un cáncer muerto, célula por célula, vida por vida.

Mientras, su hermano más cercano vuelve trozo a trozo, como si sus trozos hubiesen sido disueltos por el tiempo y por algo más... algo más siniestro. Uno a uno, como gotas de agua se conglomeran y forman estructuras complejas mientras reconstruyen el moribundo cadáver. Como si la más vil de las reacciones químicas lo hubiese corroído todo y ahora sus efectos fuesen revertidos. Pronto el amasijo se endureció formando su corteza y pronto su corteza se revirtió a su antigua gloria, cuando aún habían catedrales, cuando aún habían ciudades, cuando aún las torres del reloj marcaban la hora...

En la otra punta de la fila de planetoides ves mientras tanto el vacío. Pero dentro de ese vacío, ves rocas. Rocas minúsculas que parecen ser escupidas desde el epicentro de ese vacío. Rocas que aumentan en tamaño conforme avanza su restauración. Primero unos trozos insignificantes de tierra... luego islas, montañas, riscos infinitos, continentes enteros. Y por último, la corona del mundo. Un palacio blanco de piedra como el mármol sin pulir, redondeada e imponente. El punto de colapso.

Y en el extremo opuesto, miles de millones de escombros agrupándose para formar una sombría figura. Una fría, cruel y eterna roca. Pero cuando acercas la mirada creer ver figuras geométricas. La calculada naturaleza de la materia que formó aquella biósfera se reagrupa como si fuese un rompecabezas antiguo. Como si hubiese caído de la mesa sobre la que se sostenía, como si de alguna manera las piezas con los años pesasen cada vez más y derrumbasen su propio soporte. Y aún así, ahí vuelven a estar, los rascacielos tumbados sobre los sedimentos acumulados durante milenios. 

Los sombríos planetas se alzan entre la gran neblina nebulosa. Pero aunque la vista lúgubre pueda ser engañosa. Tus sentidos te hacen sentir cierta sensación de solemnidad.

No son meras rocas.

Alguna vez estuvieron vivas...

Ves cómo la superficie y sus estructuras son cada vez más difíciles de ver, puesto que la gruesa capa de gas que las protegía se empieza a formar nuevamente.

Ves cómo el fondo de sus fosas comienza a desbordarse con la flexibilidad del agua. Sus océanos se rellenan.

Las plantas crecen.

La influencia se desvanece...

¿Qué tiene de diferente una roca flotando infinitamente por el espacio de otra llena de insectos y musgo?

¿La estadística se deforma también? 

Todas las leyes se deforman por la consciencia...

Y mientras la luz pasa a través de los cuerpos celestes recién nacidos, su propio peso maldice con la determinación una vez más al cosmos. Deforma su red.

Aquí y ahora, un concepto que se había perdido...

Dejas de observarte llegar, dejas de observarte salir, dejas de verte afuera de esta realidad nueva.

Me observas observarte y observas tus propias observaciones... Las paradojas pierden su sentido...

—Conformidad y familiaridad...

Sientes tu cuerpo asentarte, tu alma y tu visión regresan a ti y finalmente contemplas mi mano sobre tu hombro.

—Ya no está todo en tu cabeza... 

Me río y comienzo a caminar hacia una de mis viejas estanterías.

—Te mostraré algo de mi colección.

Te atraes hacia una mesa en particular, como si tu cerebro estuviese siguiendo instrucciones precisas grabadas en su propio cráneo. Y una vez allí ves colocarse 4 artefactos.

Una capa blanca.

Una pistola oxidada.

Un bastón agrietado.

Y un cetro de metal hueco.

Los vestigios de la vida que ahora llenan tu cerebro te susurran y te cuentan una historia.

La historia de todos y cada uno de los que alguna vez pisaron los 4 mundos muertos.



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