8: 'the mother of monsters'

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Pasamos dos días viajando en el tren Amtrak, a través de colinas, ríos y mares de trigo ámbar. No nos atacaron ni una vez, pero tampoco fui capaz de relajarme. Me daba la sensación de que viajábamos en un escaparate, que nos observaban desde arriba y puede que también desde abajo, que había algo acechando, a la espera de la oportunidad adecuada.

Los cuatro hicimos todo lo que pudimos por pasar inadvertidos porque nuestros nombres y nuestra foto aparecían en varios periódicos de la costa Este. El Trenton Register-News mostraba la fotografía que nos hizo un turista al bajar del autobús Greyhound. Percy tenía la mirada ida y su espada era un borrón metálico en sus manos. Habría podido ser un bate de béisbol o un palo de lacrosse. Y en mi caso, la daga parecía una maldita pistola.

En el pie de foto se leía: «Percy Jackson, de doce años de edad, buscado para ser interrogado acerca de la desaparición de su madre hace dos semanas. Aquí se le ve huyendo del autobús en que abordó a varias ancianas. El autobús explotó en una carretera al este de Nueva Jersey poco después de que Jackson abandonara el lugar. Según las declaraciones de los testigos, la policía cree que el chico podría estar viajando con tres cómplices adolescentes. Su padrastro, Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa en metálico por cualquier información que conduzca a su captura.»

—No te preocupes —le dijo Annabeth—. Los policías son mortales, no podrán encontrarnos—pero no parecía muy segura de sus palabras.

Pase el resto del día conversando con Annabeth mientras Grover y Percy caminaban por todo el maldito tren.

Annabeth se había tomado muy en serio lo de terapeuta personal y se esforzó en lograr hacerme hablar sobre mis sentimientos.

Hay una simple razón por la que no me gusta hablar de ellos. Y es que en cuanto empiezo, no puedo parar hasta que me ahogo en mis propias lagrimas.

—Shh, todo está bien, Tori—me decía Annabeth mientras me abrazaba—. Percy entenderá en cuanto le cuentes. Y si no lo hace, créeme que no vivirá lo suficiente como para echártelo en cara.

[...]

El dinero de la recompensa por devolver al perro nos había dado sólo para comprar billetes hasta Denver. No nos alcazaba para literas, así que dormíamos en nuestros asientos.

Grover no paraba de roncar, balar y despertarme. Una vez se revolvió en el asiento y se le cayó un pie de pega. Annabeth, Percy y yo tuvimos que ponérselo de nuevo antes de que los otros pasajeros se dieran cuenta.

—Bien—nos dijo Annabeth en cuanto terminamos de ponerle la zapatilla a Grover—, ¿quién quiere su ayuda?

—¿Perdona?—preguntó Percy

—Hace un momento, cuando estaban durmiendo, ambos murmuraban «No voy a ayudarte». ¿Con quién soñaban?

Era la segunda vez que soñaba con Cronos en tres días. No pensaba contárselo a Annabeth, pero a Percy parecía preocuparle bastante y terminó por contárselo.

Annabeth reflexionó un rato.

—No parece que se trate de Hades —dijo por fin—. Siempre aparece encima de un trono negro, y nunca ríe.

—Me ofreció a mi madre a cambio. ¿Quién más podría hacer eso?

—Supongo... pero si lo que quería es que lo ayudaras a salir del inframundo, si lo que busca es desatar una guerra contra los Olímpicos, ¿por qué te pide que le lleves el rayo maestro si ya lo tiene?

—Annabeth tiene razón Percy—Annabeth me miró, sabiendo que conocía la respuesta a la pregunta de Percy.

—¿Sueñas con la misma voz que yo?—Percy preguntó.

Hades' child; sometimes lucky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora