Beau enciende el motor.
—Mejor abróchate el cinturón —me sonríe, mirando el asiento del copiloto.
¿Cómo me siento al robarle el coche a un profesor? Una pregunta que nunca pensé que me haría, pero esto es lo que hay. Lo lógico habría sido suponer que estaría horrorizado; se me ocurren pocas cosas más alejadas de mi zona de confort que robar un coche. Y que quede claro: lo estoy. Pero estoy igual de emocionado también: es como la fracción de segundo de pánico que notas en la cima de una montaña rusa, multiplicada por cien.
El motor ruge y el coche del señor Zebb sale disparado del sitio. Cruzamos el aparcamiento a toda velocidad, haciendo que rechinen los neumáticos contra el asfalto mientras el personal del instituto nos hace señas para que nos detengamos.
Por razones evidentes, el que parece más decidido de todo el grupo es el profesor Zebb. A pesar de ser un matemático que debería saber perfectamente el peligro que supone un vehículo en movimiento que choca con un cuerpo de noventa kilos, el profesor de trigonometría de Rosedore se pone justo delante del coche.
—Esto... —es la única advertencia que suelto cuando me doy cuenta de lo que está a punto de pasar. En un abrir y cerrar de ojos, la distancia entre el coche y el señor Zebb pasa de diez metros a uno solo. Empiezo a gritar, pero Beau se echa a reír.
Un instante antes del que habría sido mi primer homicidio del bucle temporal, el profesor se lanza a la derecha, evitando la muerte (o, como mínimo, un día muy largo de hospital).
—¿Estás loco? —le chillo, agarrándome al cinturón de seguridad, incapaz de respirar.
Beau parece pensárselo.
—Eso depende de a qué llames loco.
Salimos zumbando del aparcamiento, nos saltamos un semáforo en rojo y entramos en la autopista al triple del límite de velocidad.
Los coches nos pitan mientras zigzagueamos entre el tráfico y, según veo por el retrovisor, la forma de conducir de Beau ha provocado por lo menos un accidente.
—Una pregunta —dice con calma, toqueteando el borde del asiento. Lo echa hacia atrás, dejando espacio para sus largas piernas—. ¿De qué te conozco?
Tengo la garganta tan tensa por la impresión que no encuentro las palabras.
—Me suenas de algo —continúa, frunciendo el ceño—. Me resultas muy familiar...
—¡Cuidado! —mi cerebro por fin encuentra las cuerdas vocales, justo antes de que atropellemos a un motociclista.
Beau cambia de carril sin alterarse, evitando un segundo desastre mortal.
—Tranquilo, Clark. Soy piloto de carreras.
—¿En serio?
—No.
Miro por todos los espejos, esperando encontrar a la policía en persecución.
—Si no nos matan primero, nos van a detener.
—Soy negro —declara. Sin bajar la vista, palpa y agarra un vaso de refresco del posavasos que está entre los dos—. Es muy probable que pase justo eso, sin importar lo rápido o despacio que vayamos.
Veo cómo se lleva el refresco del señor Zebb a los labios.
—¿En serio? —murmuro, asqueado.
Da un sorbo y pone una mueca.
—Puaj. Cerveza caliente y rancia. Venga ya, señor Zed, esperaba más de usted.
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Drops of Time Together
Teen FictionClark ha vivido el mismo día 309 veces. Sin parar. Está atrapado en un bucle temporal y, al parecer, no hay nada que pueda hacer para detenerlo. Hasta que el día 310 resulta ser... diferente. De repente, su clase de trigonometría habitual se ve inte...