Capítulo dieciséis.

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Normalmente no notaba el parecido entre las personas, para ser honesta ni siquiera podía reconocer las similitudes —no evidentes— que la gente decía que tenía con mi hermano, pero mientras observo a Lindsay desayunar junto a Abraham no puedo evitar hacer un recuento de lo idénticos que pueden llegar a ser.

No son demasiadas porque solo se trata de los genes de su padre, pero definitivamente la manera en que ambos fruncen el ceño, a veces los labios o la nariz a pesar de que la de ella es un poco más redonda que la de Abraham los hace lucir muy parecidos; las cejas un poco arqueadas, los ojos entrecerrados, el cabello desordenado a pesar de la diferencia en el largo.

Bien, Abraham podría decir que es su hija sin problemas, teniendo en cuenta la diferencia de edad y el color de cabello y ojos de ambos.

—¿Ya? —Lindsay muerde el último trozo de manzana en su plato ignorando las uvas, fresas y plátanos que él le sirvió.

—Se acabó, pero hay otras frutas ahí, Lind.

—No hay manzana —revira ella decepcionada.

—Ya sé que no hay manzana, pero ya te comiste una, come el resto de tu plato —Abraham le extiende una servilleta y ella solo lo mira, así que él deja escapar un suspiro antes de limpiar la barbilla de su hermana—. E intenta no hacer desastres con la comida.

—No hago desastres —Se queja en respuesta y él arquea una de sus cejas.

—¿Y eso qué es? —Señala una mancha de jugo en la camiseta blanca de Lindsay y yo aprieto los labios para evitar una sonrisa divertida—. Vas a tener que cambiarte.

—¿Por qué?

—Tenemos que salir y ya te ensuciaste.

—No está sucio —Ella frunce el ceño confundida mientras que él se pone de pie, recoge los platos vacíos.

—Mejor termina de comer o se nos hará tarde.

—¿Para qué? ¿Vamos a la ofini...oficina?

—No, hoy es sábado, iremos a otro lado —explica lavando los platos—. Buenos días, Isabella —habla sin mirarme y siento que mi estómago se aprieta de vergüenza sin saber desde hace cuánto sabe que estoy aquí.

—Buenos días, ¿Cómo están?

—¿Quieres? Uva, Bram dijo que no hay manzana —ofrece Lindsay mientras me acerco, le sonrío negando con la cabeza.

—¿Y por qué será que se acabó la manzana? —ironiza él desde su lugar, avanzo por la cocina y coloco agua a hervir para prepararme un té.

—No sé —responde Lindsay sin entender la ironía, sonrío—. ¿A dónde vamos?

—Primero iremos a un lugar importante y luego a almorzar —responde él.

—¿Dónde es importante?

El favor más dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora