Capítulo Uno

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Symphogear no me pertenece, es de sus respectivos autores.

La vida es una efímera y maldecida forma en la que los seres humanos encuentran su perdición progresivamente, solamente el 1% de nuestra población ha sabido ser feliz y salir de la desgracia que conlleva vivir en la actualidad que nos rodea.

-La única opción para mí, es la eterna y tranquila muerte -alce con cuidado aquella arma que pondría fin a mi vida mortal y me abriría las puertas de la felicidad.

- ¡Hermana, cálmate! -con un ágil, pero grosero movimiento, una jovencita de cabellos castaños retiro mi arma y negó ferozmente con la cabeza en un bucle de decepción hacia mi- ¿Cuándo vas a entender que no puedes suicidarte con una zanahoria? -sacudió aquel vegetal anaranjado y pico con su dedo índice la punta- esto no podría ni atravesar un papel fácilmente.

-Con que atraviese mi corazón estaría más que satisfecha -al notar la poca clemencia que tendría mi pariente sobre mí, opte por recostarme en mi cama, al menos su suavidad haría de mi vida menos pesada.

-No tienes por qué ser tan dramática -la jovencita suspiro y se sentó en mi cama. Aun por el rabillo del ojo logre divisar el cómo formaba una mueca con su boca- no eres la única que se avergonzó, María onee-chan.

- ¡Tu no tenías puesto una pantalonera llena de pintura! -grite y atrape mi cara en mi fiel almohada.

-Eso que ni que -una pequeña risita burlona salió de los labios de la menor- y eso que yo iba con blusa de tirantes, pero tú eras la que peor se veía~

Gruñí al escuchar sus palabras, aun recordarlo causaba en mí una gran vergüenza. Pude conocer al amor de mi vida, pero ¡no! Tenía que arruinarlo.

-Dos días antes-

¿Les ha pasado que un día están haciendo una actividad en su casa y cuando tienen que salir simplemente no lo hacen? Es ahora mi perfecto caso. Aquella mañana soleada me había propuesto a pintar el baño de mi casa que ya necesitaba una buena pasada de pintura. Todo salía según lo planeado, al levantarme temprano podía darme el lujo de tomarme mi tiempo y descansar en intervalos así que antes de las diez de la mañana ya presumía de casi terminar el baño.

-Yo creo que una última pasada y quedara listo -admire orgullosa mi más reciente obra.

Vestida con una pantalonera con vestigios de azul marino, una camiseta roja y el cabello amarrado con rastros de pintura, podía jactarme de mi gran habilidad con la brocha.

-Yo digo que esta perfecta, hermana -dijo Serena que ese día solo portaba una blusa de tirantes y un short algo informal- ¿no quieres pintar lo que resta de la casa?

-Suena tentadora la idea de no ser porque nos hemos acabado la pintura -le sonreí entre risitas- si consigues más, pintare lo que falte, ¿sí?

-Me gusta como suena eso -ella correspondió mi risita- ¿tendrás un poco de tiempo ahora?

-En lo que termina de secar, supongo -la mire con cierta duda- ¿Qué tienes planeado?

-Necesito que me acompañes a la carnicería -dijo con simpleza.

- ¿No puedes ir sola? Normalmente lo haces -me parecía curioso que me lo pidiera cuando por lo general ella es muy independiente.

- ¿Qué una chica de 18 años no puede pedirle ayuda a su hermana mayor? -su sonrisa angelical funcionaria si no la conociera tan bien.

-Ya mejor dime la verdad, Serena. Tus trucos no funcionan conmigo -al cruzarme de brazos y verla con severidad ella se irguió instintivamente.

¡Maldita Flojera!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora