LXI: Murallas

15 2 6
                                    


Mehmet vivía con su madre, su hermana mayor y su pequeña sobrina. Su cuñado había caído en la guerra. Su padre  había sido miembro de la caravana de Zihad muchos años y había muerto en batalla en un enfrentamiento con piratas del desierto, mucho antes de las guerras por la paz. Poco había conocido a su padre, pero al cumplir la suficiente edad, rogó a Zihad que lo deje ganarse la vida para ayudar a mantener a su familia, y este lo puso bajo la tutela de Zeth. Luego vinieron las guerras y Zihad se negó que los aprendices más jóvenes vayan con ellos ya que apenas tenía 12 años por ese entonces. Samira hizo los cálculos y pensó que Zeth solo debería haber tenido 17 o 18 años cuando fue convocado a los frentes de batalla con su padre. Gracias a la conversación de Mehmet, también supo que solo faltaba una semana para que su esposo cumpla 22 años y que en el antiguo continente no se estilaba festejar el aniversario de cumpleaños, pero si tenían la suerte de estar ya en ciudad del Este tal vez puedan convencerlo de brindar en alguna taberna, aunque dada las circunstancias el comandante no querrá ningún festejo. Eso no le pareció justo a Samira y pensó que tal vez ella como esposa, podía remediar eso y quizás convencerlo, claro, eso si su dialogo mejorara.

Una noche más debieron acampar en desierto abierto, pues llevaban algo de retraso, por lo que recién llegarían al primer oasis al día siguiente.

El agotamiento era mayor y a Samira le costaba esperar que la comida estuviera lista, sentía sus parpados pesados y sus piernas agotadas, pero Mehmet insistía en que no se duerma sin comer algo antes. Samira entonces pensó que seria mejor ayudar a Atsu para no quedarse quieta y despabilarse un poco, de igual forma el cansancio se sentía en su cuerpo.

Atsu le dio la primera ración a Samira y ella quiso acercarla para su esposo, pero Zeth fríamente le contestó:

-Come tú, así puedas ir a descansar cuanto antes. Partiremos en 4 horas. -

Ella entonces comió sin decir nada más y se retiró a su tienda. A pesar de que la tienda de Samira era amplia y se armaba con las comodidades para que los recién casados la compartan, Zeth seguía durmiendo fuera a la intemperie. Sus hombres no decían nada, pero Samira se sentía cada vez más miserable y a eso se sumaba que sus intentos de acercarse a su esposo eran en vano.

Al día siguiente Samira trató de alistarse lo mas rápido que pudo, pero por mas que se esforzó siempre era la ultima en estar lista y eso que los demás se ocupaban de su caballo y en armar y desarmar el campamento.

Pasado el mediodía, y bajo el implacable sol no pudo rechazar el ofrecimiento de agua de Mehmet de su reserva, ya que a ella no le quedaba ni una gota. ¿Cómo hacían para racionar el agua tan minuciosamente? Ella moría de sed a cada minuto.

Antes de que caiga la noche llegaron a un pequeño asentamiento precario. Las casitas de adobe y paja se ubicaban a modo de laberinto rodeadas de murallas de grandes bloques de piedra algo erosionadas y maltratadas por los vientos. El pueblo mismo parecía hecho de arena y tanto los recelosos guardias como la gente del interior no parecían simpatizar mucho con los visitantes.

Algunos parecían reconocer a Zeth y lo saludaban con respeto, pero no podían disimular la cara de asombro o preocupación al verlos. Tal vez la visita de los hijos del desierto en aquellas épocas del año no era un buen presagio para nadie.

Mehmet le había explicado en voz baja, que aquel pueblito era el más cercano a La Perla, y apenas subsistían los veranos con sus poquísimos recursos que compraban a caravanas que lo usaban como un oasis de paso. El asentamiento había surgido alrededor de un único pozo de agua, construido por quienes atravesaban el gran mar de arena blanca.

La pequeña posada parecía no tener todas las comodidades, pero al menos esta vez dormiría en una cama. Samira se sentía algo aliviada con ese pensamiento y cuando la dueña de la posada le mostró su habitación, se dio cuenta que sus expectativas habían sido muy altas.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora