----El sol se ocultaba detrás de Rocadragón, proyectando largas sombras sobre las torres negras y rojas de la fortaleza ancestral de los Targaryen. Daenys Targaryen, la última hija de una casa en decadencia, se encontraba sola en el alto balcón, observando el mar en calma que se extendía hasta perderse en el horizonte. El viento marino revolvía su cabello plateado, tan brillante como la luna naciente que comenzaba a aparecer en el cielo.
-Daenys siempre había sentido una conexión especial con Rocadragón. Era más que su hogar; era un testamento de su linaje, de la sangre de los dragones que corría por sus venas. Su madre le había contado historias de los dragones que habían dominado los cielos y de la grandeza de los Targaryen en su apogeo. Pero esos días parecían lejanos, casi como un sueño. Ahora, todo lo que quedaba eran ruinas de ese poder, dispersas entre las sombras de lo que alguna vez fue una dinastía invencible.
-La rebelión que había empezado como un susurro entre las casas nobles se había transformado en una tormenta que arrasaba con todo a su paso. Robert Baratheon había levantado su estandarte en nombre de la justicia, pero en el fondo, Daenys sabía que no era justicia lo que movía su espada, sino ambición. El Rey Loco, Aerys II, había llevado a su familia a la ruina, y su hermano, Rhaegar, el príncipe del dragón, había sido la última esperanza. Pero esa esperanza se había roto en mil pedazos en el Tridente, cuando Robert lo había matado con un solo golpe de su martillo.
-El eco de la noticia aún resonaba en la mente de Daenys: Rhaegar ha muerto. Había sido el mejor de ellos, el más noble, el más digno de llevar el peso de la corona. Y ahora yacía muerto, su cuerpo arrastrado por las aguas del Tridente, mientras el caos se apoderaba de todo Poniente.
-Daenys apretó los dientes mientras un escalofrío recorría su cuerpo. Sus manos se aferraron al borde de la baranda de piedra. Sabía lo que venía después. Sabía que la guerra no se detendría con la muerte de su hermano. Los Lannister, los Baratheon, los Stark, todos se abalanzarían sobre los restos de su casa como cuervos sobre un cadáver. Y no habría piedad.
-Esa misma mañana, había llegado un cuervo de Desembarco del Rey. El mensaje estaba escrito con la mano temblorosa de un consejero leal. El Rey Aerys ha muerto. Jaime Lannister lo ha matado. El rostro de Daenys se endureció al recordar esas palabras. El rey ha muerto. El último de los dragones ha caído.
-La traición era la ley de Poniente, y los Lannister la habían perfeccionado. Jaime Lannister, el guardia real juramentado para proteger al rey, lo había asesinado en su propio trono. Y ahora, con Aerys muerto, el Trono de Hierro quedaba vacío, esperando ser reclamado por alguien más fuerte, más despiadado.
-Pero el verdadero horror no estaba en la muerte de Aerys, sino en las noticias que siguieron. Elia Martell, la princesa de Dorne, esposa de Rhaegar, había sido asesinada junto con sus hijos pequeños, Rhaenys y Aegon. Los rumores decían que Gregor Clegane, el monstruo conocido como "La Montaña", había perpetrado los crímenes bajo las órdenes de Tywin Lannister. El corazón de Daenys se apretó al pensar en los pequeños cuerpos destrozados, en la sangre derramada sin sentido.
-Todo lo que amaba estaba muerto o perdido. La Casa Targaryen, que había gobernado durante siglos, estaba al borde de la extinción.
-Daenys cerró los ojos, intentando bloquear las imágenes de destrucción que la acosaban. Pero el dolor era demasiado profundo. Sus padres, sus hermanos, sus sobrinos... todos muertos. Ella había sido apartada del mundo, escondida en Rocadragón como un tesoro olvidado, mientras la guerra consumía el reino. Y ahora, era la última. La última Targaryen.
-De repente, el sonido de pasos detrás de ella rompió el silencio. Daenys se dio la vuelta lentamente y vio a Ser Willem Darry, el anciano caballero que había servido lealmente a su familia durante décadas. Su rostro, marcado por las cicatrices de viejas batallas, estaba sombrío, como si llevara sobre sus hombros el peso de todas las desgracias del mundo.
—Mi princesa —dijo Darry, con la voz grave—. Debemos partir.
—¿A dónde? —preguntó Daenys, su voz apenas un susurro—. No queda nada.
-Darry se acercó, sus ojos cargados de compasión.
—Rocadragón no es seguro. Los hombres de Robert ya están en camino. Debemos huir. Hay barcos listos para llevarnos lejos, más allá del Mar Angosto.
-Daenys lo miró, sabiendo que tenía razón, pero sintiendo el peso de la derrota en su pecho.
—¿Y qué haremos, Darry? ¿Huir como cobardes? ¿Escondernos mientras nuestra casa es destruida?
—No es cobardía, mi princesa —respondió Darry, firme—. Es supervivencia. La Casa Targaryen aún puede vivir. Aún hay esperanza, pero no aquí. No ahora.
-Daenys apartó la mirada hacia el mar una vez más. Sabía que el Imperio que su familia había construido estaba perdido. Las llamas de la rebelión habían consumido todo lo que una vez fue suyo. Pero en su interior, sentía una chispa, una pequeña llama que aún no se había extinguido.
—Muy bien —dijo finalmente, con la voz cargada de determinación—. Nos iremos. Pero juro, por los dioses antiguos y nuevos, que este no será el final de los Targaryen. Un día, volveremos. Y cuando lo hagamos, Poniente arderá.
-Con esas palabras, Daenys se volvió hacia Ser Willem y empezó a caminar hacia el interior de Rocadragón, lista para enfrentarse a lo que vendría, aunque su corazón estuviera lleno de dolor. La última hija de los dragones se marcharía, pero su venganza sería tan feroz como las llamas que una vez forjaron su imperio.
ESTÁS LEYENDO
ENTRE SOMBRAS Y LLAMAS
FanfictionDaenys Targaryen tendrá que afrontar las consecuencias de la caída de gran casa. Mientras vive rodeada de sus enemigos, tendrá que aprender a defender su posición.