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Las calles estrechas de Mónaco zumbaban con la energía de la Fórmula 1. Los motores rugían mientras los autos volaban por la pista, desafiando cada curva con una precisión milimétrica. Diana se encontraba en el muro de boxes, sus ojos fijos en las pantallas que mostraban las estadísticas en tiempo real. Sabía que Mónaco era una bestia diferente, una carrera donde un solo error podía costar no solo la victoria, sino también la vida.

En el auricular, escuchó la voz de Ayrton, calmada pero intensa, mientras describía cada curva, cada adelantamiento. Había una sinergia entre ellos que no necesitaba palabras adicionales; cada comando, cada ajuste, era entendido al instante.

— Todo bien, Ayrton — dijo Diana, su voz firme mientras verificaba las condiciones. — Mantén el ritmo. Tienes espacio detrás.

— Lo sé, Diana — respondió él, su voz suave, casi relajada, a pesar de los desafíos de la pista. — ¿Cómo estás tú?

La pregunta la tomó por sorpresa. En medio de una carrera tan intensa, no esperaba que él pensara en su bienestar. — Estoy bien, concentrada en ti, como siempre.

— Sabes que eres mi amuleto de la suerte, ¿verdad? — dijo Ayrton, con una leve risa en su tono. — No sé si podría hacer esto sin ti.

Diana sonrió, su corazón saltando al escuchar esas palabras. — Y sabes que yo siempre estaré aquí para ti. No importa lo que pase.

Había una pausa, una en la que Diana pudo sentir que él quería decir algo más, pero antes de que pudiera continuar, la voz del jefe de equipo interrumpió con nuevas instrucciones.

— Mantén la concentración, Ayrton. Estás haciendo un trabajo excelente.

La carrera continuó, cada vuelta más desafiante que la anterior. Diana podía sentir la tensión aumentar, pero también una certeza en su pecho: Ayrton era imparable. Sin embargo, algo en la manera en que él pilotaba ese día, algo en su voz cuando hablaba, le hizo darse cuenta de que esta carrera significaba más de lo que él había dejado ver.

Cuando llegó la vuelta final, Diana apenas podía respirar. Cada segundo contaba, cada milésima de segundo podía decidir el resultado. Observó cómo Ayrton maniobraba con una precisión impecable, acercándose a la línea de meta.

— Vamos, Ayrton, estás casi ahí. — dijo, sin poder ocultar la emoción en su voz.

De repente, la radio se silenció. Un ruido seco y el sonido de frenos chirriando llenaron sus oídos. Diana sintió que el mundo se detenía mientras veía el auto de Ayrton derrapar en una de las curvas más difíciles.

— ¡Ayrton! — gritó, el pánico apoderándose de ella.

Pero, con una destreza sobrehumana, Ayrton recuperó el control, el auto enderezándose en el último segundo. Diana soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo cuando lo vio cruzar la línea de meta en primer lugar.

— Lo hice. — dijo Ayrton con una risa de alivio. — Diana, lo hice.

Diana no pudo contener las lágrimas que comenzaron a correr por sus mejillas. — Lo hiciste, Ayrton. Sabía que lo harías.

Mientras el equipo celebraba a su alrededor, Diana se quedó en el muro, su corazón aún latiendo con fuerza. Sabía que Ayrton vendría a buscarla; siempre lo hacía. Y, efectivamente, unos minutos después, él apareció, con la adrenalina aún evidente en su rostro, pero con algo más en sus ojos.

— Te dije que eras mi amuleto de la suerte, — dijo Ayrton, acercándose a ella, su mirada más intensa que nunca.

Diana rio, sacudiendo la cabeza. — Creo que fue tu habilidad al volante lo que hizo el truco, pero me alegra haber estado aquí contigo.

Ayrton la miró, y por un momento, todo el ruido, todo el caos a su alrededor desapareció. — Diana, después de esta carrera, me di cuenta de algo.

Ella lo miró, su corazón latiendo con fuerza. — ¿De qué te diste cuenta?

— Que no quiero seguir viviendo mi vida sin decirte lo que realmente siento — dijo Ayrton, dando un paso más cerca. — Te necesito, Diana. No solo como mi ingeniera de pista, sino en mi vida. No quiero seguir escondiendo lo que ambos sabemos que está ahí.

Diana sintió que el mundo se desvanecía, dejándolos solo a ellos dos. — Ayrton, yo... yo también te necesito. Siempre he estado aquí para ti, no solo porque es mi trabajo, sino porque te amo.

Él sonrió, esa sonrisa genuina que siempre iluminaba su rostro después de una victoria. — Entonces, dejemos de esperar. Dejemos de jugar a contrarreloj con nuestros sentimientos.

Sin más palabras, Ayrton la abrazó y la besó, un beso que fue el resultado de meses de deseo reprimido, de palabras no dichas. A su alrededor, los fuegos artificiales estallaron en celebración de su victoria, pero para ellos, era el inicio de algo aún más grande.

Y mientras las luces iluminaban el cielo nocturno de Mónaco, Diana supo que, sin importar lo que trajera el futuro, siempre tendrían ese momento, esa carrera, ese amor.

One Shots - Ayrton Senna © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora