Capítulo 38.

25 2 0
                                    

El viento suave y cálido de Naribiu acariciaba las hojas de los árboles mientras el sol se filtraba entre las ramas, proyectando sombras danzantes sobre el suelo. El aire estaba impregnado de una calma extraña, una pausa en medio de los días tumultuosos que habían vivido. En ese ambiente de quietud, Ekuneil caminaba en silencio por los caminos que bordeaban la aldea, su mente enredada en pensamientos que no encontraba la forma de expresar.

Recordaba cómo, apenas unas semanas antes, su vida había dado un giro inesperado. Todo había comenzado cuando Huaáneri y Kalik partieron hacia Günatyz, dejándolo atrás con la responsabilidad de mantener la paz en la aldea. Fue en ese momento que Harini, una joven de la aldea, emergió de las sombras para ofrecerle su apoyo. No había sido una aparición dramática, sino más bien un acercamiento natural, casi imperceptible, pero que poco a poco comenzó a tejer un vínculo inesperado entre ambos.

Harini había sido una figura silenciosa en la aldea, conocida por su habilidad para sanar y su corazón generoso. Nunca había buscado el protagonismo, prefiriendo mantenerse en segundo plano, pero cuando Huaáneri se fue, ella supo que tenía que intervenir.

Al principio, las interacciones entre Ekuneil y Harini eran breves y formales. Habían compartido algunas palabras sobre la situación de la aldea, las preocupaciones por la escasez de recursos y los planes para el regreso de Huaáneri. Sin embargo, con el paso de los días, la formalidad fue cediendo lugar a una amistad genuina. Ekuneil encontraba en Harini una calma que contrastaba con la tormenta interna que lo atormentaba desde la partida de Huaáneri.

Una tarde, mientras recogían hierbas cerca del río, Harini rompió el silencio.

—¿Ekuneil, has pensado alguna vez en lo que podría haber sido de ti si las cosas hubieran sido diferentes? —preguntó, con una curiosidad genuina en sus ojos.

Ekuneil se detuvo por un momento, considerando la pregunta. —Muchas veces —admitió—. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si no hubiera estado involucrado en los planes de Balaam, o si nunca hubiera conocido a Huaáneri. Pero luego pienso que todos esos eventos, por difíciles que fueran, me trajeron hasta aquí, a este momento.

Harini asintió, comprendiendo sus palabras. Ella también había reflexionado sobre su propio destino, sobre los caminos que había tomado y los que había dejado atrás. La vida en la aldea no había sido fácil, pero había encontrado consuelo en su trabajo y en las pocas amistades que había cultivado. Sin embargo, había algo diferente en Ekuneil, algo que la atraía de una manera que no podía explicar del todo.

—No somos tan diferentes tú y yo —dijo Harini después de un largo silencio—. Ambos hemos cargado con el peso de nuestras decisiones y de las decisiones que otros han tomado por nosotros. Pero creo que hemos aprendido a encontrar fuerza en esas experiencias, ¿no crees?

Ekuneil la miró, sorprendido por la perspicacia de sus palabras. —Tienes razón, Harini. Quizás es por eso que encuentro consuelo en tu compañía. Es... fácil estar contigo, más fácil que con la mayoría de las personas.

Harini sonrió suavemente, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y esperanza. —Lo mismo siento yo, Ekuneil. Es como si, a pesar de todo, hubiera algo que nos une, algo más allá de lo que podemos comprender.

A medida que los días se sucedían, Ekuneil y Harini continuaron compartiendo pequeños momentos, algunos llenos de palabras, otros envueltos en un silencio cómodo. Descubrieron que podían comunicarse sin necesidad de hablar, que la presencia del otro era suficiente para aliviar las cargas que cada uno llevaba. La comprensión mutua que habían alcanzado era un bálsamo para las heridas de Ekuneil, un recordatorio de que, a pesar de sus errores, todavía era digno de ser cuidado y de cuidar a otros.

Una noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo oscuro, Ekuneil se encontró reflexionando sobre sus sentimientos hacia Harini. No era amor lo que sentía, al menos no en el sentido convencional. Era algo más profundo, una especie de compañerismo que se había forjado a través del respeto mutuo y la admiración por la fortaleza del otro. No había una chispa inmediata, ni una pasión abrasadora, pero había algo más duradero, algo que creía que podría crecer con el tiempo.

Fue entonces cuando tomó la decisión que cambiaría el curso de su vida. Sabía que, por el bien de la aldea, tendría que tomar una esposa. Y aunque esa decisión podría haber sido puramente práctica, Ekuneil quería que fuera algo más. Quería construir una vida con alguien que lo entendiera, que no lo juzgara por su pasado y que, al igual que él, estuviera dispuesta a forjar un nuevo futuro.

Al día siguiente, se acercó a Harini mientras ella recogía flores para hacer ungüentos. Había algo en su expresión que la hizo detenerse y mirarlo fijamente, como si supiera que algo importante estaba por suceder.

—Harini —dijo Ekuneil, con una seriedad que no había mostrado antes—. He estado pensando mucho en lo que el futuro nos depara. No sé lo que ocurrirá, pero sí sé que no quiero enfrentarlo solo. Quiero saber si estarías dispuesta a enfrentar ese futuro conmigo.

Harini lo observó, sin decir una palabra, procesando lo que había dicho. Aunque la propuesta no era una declaración de amor apasionado, había en ella una promesa de respeto, de compañerismo, y eso era algo que Harini valoraba profundamente.

—Ekuneil —dijo ella finalmente, su voz suave pero firme—. No puedo decir que esto era lo que esperaba, pero lo entiendo. Ambos hemos encontrado algo en el otro que nos da paz, y aunque no sé lo que el futuro nos traerá, creo que juntos podremos encontrar la felicidad.

Ekuneil sintió un peso levantarse de sus hombros. Aunque no era una respuesta que prometiera amor eterno, era una respuesta sincera, y eso era todo lo que podía pedir.

—Agradezco que hayas sido tú quien me haya cuidado luego de casi morir. —se acercó a ella. —Pudiste haberme dejado ahí pero no, tu benevolencia te llevó a cuidarme.

Harini sonrió sin reparos. Ella luego de la batalla en dónde había quedado gravemente herido, pidió a los líderes poder cuidarlo porque en su interior sentía que podía y debía. Esas noches en vela, observándolo, solo la llevaron a admirarlo aún más. Y él, consiente de su mirada, se sentía agusto.

Con el paso de los días, el vínculo entre Ekuneil y Harini se fortaleció. Empezaron a compartir no solo tareas y responsabilidades, sino también sueños y miedos. En cada mirada, en cada gesto, había una creciente confianza y un entendimiento mutuo que los unía de una manera que ambos sabían que podría convertirse en algo más con el tiempo.

El día que Ekuneil la eligió como su esposa frente a toda la aldea, no fue solo una elección práctica, sino una reafirmación de lo que habían construido juntos. Harini aceptó su propuesta no solo por el deber hacia su comunidad, sino porque había encontrado en Ekuneil a alguien con quien podía imaginar un futuro, alguien que, como ella, buscaba algo más que poder y prestigio: buscaba una verdadera conexión.

Y así, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Ekuneil y Harini caminaron juntos por el sendero que los llevaría a su nuevo hogar, conscientes de que su historia apenas comenzaba. No era una historia de amor explosivo, pero era una historia de respeto, de comprensión, y de una promesa silenciosa de construir algo sólido y duradero, paso a paso, día a día.

Hijo de Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora