Que fuerte es decidir algo estando acorralado por la injusticia, malaya sea.
Zaira.
El ambiente estaba encendido en el pequeño apartamento de Thiago aprovechando que su madre trabajaba hasta tarde. Seis amigos, tres venezolanos conmigo, tres colombianos y un gringo escuchando y bailando salsa mientras cocinamos empanadas colombianas, ¿La mejor combinación? Claro que sí.
—¡Escúchala, pana, valeeee! —, grité, meneando las caderas al ritmo de la música dejándome agarrar por Robert para bailar.
—¡James, mueve ese culo, no te hagas el gringo tieso, mi vida!—, le gritó Thiago al gringo que trataba de seguir los pasos, pero con más entusiasmo que coordinación.
—¡Pero miren a este marico cómo baila!—, se burló Simón, mientras él mismo se movía con toda la cadencia caribeña. James se rió y levantó las manos en señal de rendición.
—Es que ustedes tienen el ritmo en la sangre, ¿cómo quieren que compita con eso? —, respondió, sudando pero disfrutando del momento.
Dixon, detrás de Alexander que con temor tocaba las empanadas con la espátula controlando la fritura que esa vaina parecía que iba a explotar. —¡Esto parece dinamita! ¡Ay, no joda, Ale, si las quemas te va a tocar comértelas tú solo!—, le advirtió mientras trataba de supervisar sobre el hombro de Ale.
—Bueno pirobo entonces métase usted a ver las empanadas, es más, fuera de la cocina, fuera, fuera —atacó sacándolo de la cocina a coñazos —, ¡mierda, esta salsa está buenísima! ¡Robert, ponla otra vez!—, le dijo al colombiano que controlaba la música.
—¡No me jodas Ale, ya la escuchamos tres veces!
La música cambió, y el ritmo del tambor comenzó a llenar el apartamento. Chillé con emoción, sintiendo el sabroso ritmo atacando mi cuerpo.
—¡Ajaaaaá! ¡Ahora sí! —anuncié empezando a mover las caderas mientras levantaba un poco mi suéter, dejando ver mi abdomen.
—¡UUEEEEEEH, MORENA!— gritó Thiago desde la cocina, mientras se sacudía la harina de las manos, mientras Dixon se encargaba de subir el volumen de la música.
Empecé a mover las caderas al ritmo del tambor, mi cuerpo siguiendo el compás con entusiasmo, tenía años sin bailar así. Mis movimientos salieron naturales, eran fluidos, energéticos.
—¡Así se baila, coño! —exclamó Simón, uniéndose con un par de palmadas al aire, tratando de acompañar el ritmo con su propia energía.
James observaba con los ojos bien abiertos, fascinado por la energía de ambos.
Me dejé llevar por el ritmo, movía las caderas con más intensidad recogiendo yo misma mi cabello de una forma sensual. El suéter se subía un poco más con cada giro y empezó a darme calor mientras bailaba con total confianza.
—¡Aguanta, que esto es solo el calentamiento!—, dijo Simón con una risa, levantando los brazos y moviéndose con más vigor.
Con una sonrisa, di un último giro, bajé la intensidad y se dejé caer en el sofá exhausta, respirando un poco agitada pero con una satisfacción arrecha.
James se acercó al sofá con dos empanadas y me entregó el plato antes de dejarse caer a mi lado.
Lo miré con curiosidad mientras tomaba el plato. Las empanadas colombianas eran más grandes que las venezolanas, con una masa más gruesa y crocante. Al darle el primer mordisco, sentí cómo el relleno jugoso de carne mechada y papa explotaba en mi boca, mezclándose con la acidez y el picor de la salsa ají, que le daba el toque perfecto. La empanada estaba bien sazonada.
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Más Allá De Las Fronteras.
RomanceZaira Carruyo, una joven con grandes aspiraciones de representar a su país en el Miss Universo, proviene de una familia que, aunque no vive en la opulencia, disfruta de una vida estable y llena de oportunidades. Sin embargo, su vida y la de su famil...