El idioma de mi cariño

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Lo de pasar un par de semanas separados ya se había vuelto una rutina para Checo y para él cuando se trataba de vacaciones. Se daban su espacio y tiempo para pasar con los suyos antes de volver a estar juntos. Así que después de dos semanas con su familia, Max se encontraba disfrutando del calor de México, tanto del clima como de su gente. Y aunque a Max le encantaría conocer las maravillas del país de su novio, sabía que la fama de Checo era tal en su tierra que en pocos minutos se verían rodeados de fans y cámaras, y lo que menos querían era arruinarle las vacaciones al equipo de relaciones públicas o tener que responder llamadas y dar explicaciones. Entonces, se sentía satisfecho con solo visitar a la familia de su novio y pasar sus noches en casa de Checo disfrutando de un momento tranquilo.

Y si bien Checo pasaría algunos días con el círculo cercano del neerlandés antes de regresar a la fábrica, Max honestamente prefería su tiempo juntos en México, ya que no tenía que escuchar los comentarios incómodos que su padre hacía y que creaban tensión en la mesa durante la cena. Afortunadamente, su hermana sabía cómo lidiar con su padre mejor que él mismo, así que solo se enfocaba en mantener a Checo lo más acomodado posible durante su visita.

Pero su novio no podía brillar más que en la comodidad de su México querido y Max adoraba verlo sonreír desde el amanecer hasta tenerlo durmiendo entre sus brazos. Por lo que él decía que sí a cualquier actividad en la que el mayor lo quisiera incluir. Había nadado en la piscina, había dejado que las olas del mar lo revolcaran, había jugado fútbol con sus amigos y luego había sufrido en una larga noche de juegos de mesa con sus hermanos, pero sobre todo había comido en demasía. Estaba seguro de que su entrenador no estaría muy contento cuando se vieran, ¿pero cómo podría decirle que no a la madre, tías o primas de Checo cuando muy amablemente le seguían sirviendo más comida?

Además de que la hora de la comida era algo muy mágico en la casa de la familia de Checo, llena de gente, color y vida, y con música de fondo que todos parecían conocer de memoria. Y aunque Max no entendía casi nada, todos siempre lo hacían sentir incluido hablando en inglés cada vez que él se acercaba y el sobrenombre 'güerito' había pasado de ser algo confuso a algo que aceptaba con gusto.

Por eso cuando llegó la hora del postre él se ofreció a comprar el helado, recibiendo una mirada sorprendida de su novio. Y no era porque Max nunca se ofreciera a nada, sino que los sobrinos de Checo habían pensado simplemente ir caminando a la tiendita del barrio. Así que Max sin saber muy bien a dónde iba, siguió a su novio y a los dos niños por las tranquilas calles cerca de la casa de los padres del mexicano.

Mantuvo su gorra siempre puesta, para por lo menos intentar cubrir un poco su rostro, y dejó que Checo fuera el que hablara con el dueño, dejando en la caja varios potes de helado y consintiendo a sus sobrinos con las galletas que ellos traían de diversas partes de la tienda. Max le dio su tarjeta, pero una vez el pago fue hecho, los pequeños querían abrir todas las galletas al mismo tiempo y Checo hizo que se pusieran a un lado de la caja para dejar que otras personas también pudieran pagar.

Pero mientras Max ayudaba a Checo a abrir los paquetes, una pareja mayor se acercó con sus compras y aunque no quisiera, no pudo evitar prestar atención a ver si entendía algo de su conversación. El hombre hablaba con el dueño mucho más lento que cualquier familiar de su novio y Max pudo reconocer el saludo y entender que preguntaba por cómo estaba su familia. Parecían ser compradores recurrentes por cómo se desarrollaba el trato, o quizás solo era la amabilidad de los mexicanos, pero también notó que las compras eran pocas, como si la pareja fuera a tener una cena para dos. Estaba tan atento a la conversación que aunque dejó de entender las palabras, las miradas cómplices que compartía la pareja antes de responder y hacer reír al vendedor hicieron a Max sonreír.

Se había quedado tan encantado con la escena delante de él que no movió su vista hasta que el hombre recibió la bolsa con su compra en una mano y agarró la mano de su mujer con la otra.

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