CAPITULO II CONOCERSE

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Un rayo azotando el suelo en un día soleado, luz penetrando en la absorbente oscuridad. Lo imposible acababa de suceder, lo imposible eran tan solo bastante posible. Reconoció la voz, el tono firme pero cordial. El calor, igual a como lo recordaba. Él.

- Hola- repitió pensando que no había escuchado- ¿Qué tal? No sé si me recuerdas, pero nos encon...

- Sí, hola, te recuerdo, yo - no había rastro alguno de nervios en su voz, sentía que estaba soñando, demasiado bueno para ser verdad- yo te recuerdo, claro, chocamos la otra vez y nuevamente lo hicimos, perdón – no se había movido en lo absoluto, estaba cautivado por él.

- No, no te tienes que disculpar, no pasa nada – hizo una breve pausa- quise preguntarte tu nombre pero- hasta ese momento Pedro había estado desviando la mirada, pero en cuanto escucho esas palabras conecto su mirada con la de aquel apuesto desconocido, tenía unos ojos que desprendían una mirada fuerte, grandiosa, seductora, firme, cualquiera se perdería perderte en sus ojos- no sé supongo que me puse algo nervioso- no podía creer que alguien como él pudiera experimentar tal sentimiento- no se me ocurrió y bueno, no me anime a preguntar por ti en tu trabajo, pensé que sería raro, algo acosador- soltó una risa, tan adecuada para él. No era ruidosa, era armoniosa, casi angelical. Desprendía belleza con cada silaba, gesto y acción que emitía, Pedro estaba perdido en él.

Hasta ese momento se encontraban cerca, Como si el mundo entero hubiese desaparecido para darles privacidad, era un momento íntimo y vulnerable. Para uno, un sueño se cumplía, así como para el otro, aunque para ese momento todavía no se percataba de ello. Se separaron un poco, para hacer algo de distancia entre ellos. Rieron con comodidad, de repente, no era extraños, pero dos individuos que se habían buscado y que finalmente, estaba juntos, deseosos del otro.

- Espero no incomodarte- se apresuró a decir- soy Gerardo- y le estrecho la mano, Pedro se perdió en su agarre, firme y cálido. Tenía una mano fuerte y pesada, y a su vez gentil.

- Pedro, para nada- estuvo a punto de decirle que había pensado bastante en él. Le gusto su nombre, parecía adecuado para tan bello ejemplar. No podía dejar de mirarlo, estaba perdido en su apuesto rostro, su sueño se había hecho realidad. El calor, aroma y sensaciones se habían vuelto realidad- es un gusto verte- estaba por caminar.

- Espera- lo tomó del brazo procurando ser delicado- en realidad quería conocerte, ya sabes, no solo tu nombre, sino quién eres, qué haces y esas cosas, me gustaría ser tu amigo- Amigo, Pedro sentía que le habían arrebatado el suelo y se encontraba flotando.

Porqué un ser de tal gracia y belleza estaría interesado en ser su amigo, si quiera en conocerlo o dignarse en saludarlo. A diario pasaba al lado de muchas personas, tan diferentes entre ellas y parecían verse así mismas, se comunicaban y encajaban las unas con las otras. Y él era otra cosa, se sentía perdido e incompleto entre todos esos individuos, siempre distinto a ellos. Pero ahí estaba, alguien como él que lo veía, interesado genuinamente en conocerlo, parecía creerlo. No puedo evitar sonreír. En cuanto Gerardo vio la sonrisa de Pedro no pudo evitar sonreír él mismo y sentir tranquilidad en su interior, nunca había sido la clase de persona en ponerse nerviosa al conocer a alguien, alguien que le gustaba. Pero en cuanto lo vio, solo una vez fue suficiente para darse cuenta de que él era distinto, especial, su primer instinto fue protegerlo, cuidarlo, no sabía muy bien que, claro. Después de chocar con él, quedo absorto en él. Era lindo, guapo, no como las personas con las que solía rodearse, sus amigos y antiguas parejas, tenían una belleza simple, fácilmente encontrada, él mismo se sentía así. Pero él era distinto, era la clase de belleza incomprendida, fácilmente subestimada, ignorada. Era apuesto, no seductor, una flor en invierno. Sus labios eran delgados y finos, parecían invitarlo a besarlos. Sus ojos pequeños parecían siempre expresar nostalgia, su nariz complementaba su rostro. Tenía rasgos finos, había una dureza en su rostro, como de quien conserva en su interior sinfín de emociones, pero capaz de conservarlas, manejarlas con firmeza. Serio, casi indiferente, como quien oculta su identidad, mostrándola a quien lo merece. Estaba pasmado, ni siquiera pudo formular las palabras adecuadas para hablarle, era un enigma. Y cuando finalmente se lo encontró, de nuevo, se sintió agradecido. Realmente quería conocerlo, desenmarañar el misterio de su persona. Sentía el deseo de abrazarlo.

Amor y otros desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora