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El bosque que rodeaba la pequeña aldea de Sion era denso y enmarañado, lleno de árboles altos que parecían tocar el cielo. Los troncos de pino y abeto se alzaban como centinelas vigilantes, y las hojas crujían bajo los pies de los pocos cazadores que se aventuraban en su espesura. El aire, fresco y perfumado por la resina, se mezclaba con el sonido lejano de un arroyo que corría impasible entre las rocas cubiertas de musgo. La aldea, escondida en el corazón del bosque, parecía casi un susurro en el vasto manto verde que la envolvía.

La vida en la pequeña aldea donde vivía Sion era un refugio de paz, un rincón apartado del bullicio de la ciudad, rodeado por un inmenso bosque que parecía extenderse hasta el infinito. La aldea era un lugar acogedor, donde la naturaleza marcaba el ritmo de los días, y donde los lugareños vivían en una especie de armonía con el entorno que los rodeaba. Sion disfrutaba enormemente de este estilo de vida. Aunque en algunas ocasiones había considerado la idea de mudarse a la ciudad, quizás por la conveniencia de estar más cerca de suministros y otros servicios, sabía en su corazón que pertenecía a este lugar. El bosque, con sus árboles centenarios y su aire puro, era su hogar.

Sion era un cazador, como lo había sido su abuelo antes que él. Desde niño, había aprendido a moverse por el bosque con sigilo, a reconocer las huellas de los animales y a cazar con precisión. No era un hombre de muchas palabras; prefería el silencio y la tranquilidad que el bosque le ofrecía. La naturaleza, con sus susurros y susurros, le hablaba de una manera que las personas no podían. Sin embargo, a pesar de su naturaleza reservada, Sion era muy querido en su comunidad. Conocía a cada persona de la aldea, aunque no conversaba mucho con ellos. La aldea era pequeña, y sus habitantes formaban una especie de gran familia, donde todos cuidaban unos de otros.

Ese día, Sion había salido al bosque una vez más. Había una señora en la aldea, una mujer carismática y alegre que era conocida por sus exquisitos postres. Sus panes eran famosos: suaves por dentro, pero con una corteza dorada y crujiente por fuera. Ella había conocido a Sion desde que era un niño y, a menudo, le pedía que le trajera bayas y frambuesas del bosque para sus recetas. Sion lo hacía con gusto, aunque su expresión seria pudiera dar a entender lo contrario. Le guardaba cariño a la señora, a quien veía casi como una abuela.

Terminando de recoger las últimas frambuesas, Sion comenzó su regreso a la aldea. Mientras caminaba, comía algunas de las bayas que había recogido, disfrutando del sabor dulce y ácido que estallaba en su boca. Sus pisadas crujían sobre las ramas y hojas secas del suelo, y de vez en cuando apartaba algunas plantas que se interponían en su camino. El olor a tierra húmeda inundaba sus sentidos, un recordatorio de que la temporada de lluvias estaba terminando y que pronto llegaría la época en la que el sol brillaba con fuerza sobre los campos dorados de trigo.

Al llegar a la entrada de la aldea, lo primero que se pudo apreciar fue el trigal ondeando suavemente al viento, y más allá, el corral donde se mantenían los animales. Sion continuó su camino por el sendero de tierra, ahora bordeado por hierba fresca que había crecido gracias a las recientes lluvias. De repente, una voz chillona lo hizo detenerse.

—Sion —llamó la voz. Era la hija de la señora que tanto apreciaba. La joven, con su cabello largo cayendo sobre sus pequeños hombros, se acercaba con una sonrisa brillante. Sion sabía que ella estaba enamorada de él; se lo había insinuado en más de una ocasión, aunque él no compartía esos sentimientos.

—Veo que mi mamá te encargó más cosas, perdónala —dijo la chica con timidez, jugando con sus manos detrás de la espalda mientras se balanceaba ligeramente de un lado a otro. —Ella está en casa, puedes venir conmigo si quieres. Está cocinando, y seguro tienes hambre. Ven.

La chica intentó acercarse a Sion, alargando una mano para tomarlo del brazo y llevarlo con ella, pero él la detuvo suavemente, extendiendo la canasta que llevaba llena de bayas y frambuesas. —Toma —dijo con su voz profunda, moviendo la canasta hacia ella para que la agarrara. —No me molesta hacerle favores a tu mamá.

Pretty fairy 🌟 yusionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora