Capítulo 9

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DALTON

Llevo más de dos horas esperando mi turno. He sido puntual. Entregué el curriculum como habían pedido y me esforcé por cumplir con el código de vestimenta. Me siento un imbécil llevando pantalón de vestir, camisa blanca y zapatos marrones. Sin embargo, recuerdo lo que nos dijo el consejero que teníamos en prisión —su función era facilitarnos la tarea de integrarnos a la sociedad después de cumplir la condena—. «La apariencia es importante. Tienen que lucir prolijos. Verse bien. Es lo primero que juzga un empleador». En este caso, no ha hecho demasiado efecto. La secretaría hizo la vista gorda ante mi presencia, llamó incluso a los aspirantes que llegaron tras de mí. El puesto es para celador del único club deportivo del pueblo. La gente asiste a practicar ejercicio y varios deportes como fútbol, básquet, voleibol y natación. Las tareas principales tienen que ver con la vigilancia y mantener el orden en cada espacio. Creo que estoy en condiciones de asumir esa responsabilidad.

En la sala de espera quedamos solo dos personas. Estoy junto a un muchacho que acaba de llegar inquieto, ofuscado e impaciente. Lo veo de reojo. Frunce el ceño y exclama algo que suena como una queja publica «mi madre me envió a buscar empleo, no lo quiero realmente».

Ojalá tuviera esa clase de problemas.

Mi madre pretendía que sus hijos trabajaran para su negocio turbio. Jamás le importó la educación, tampoco nos alentó a buscar un empleo digno y decente. Ella simplemente tenía una obsesión por el dinero fácil. En su cabeza —consumida por las drogas— su plan siempre sonó inteligente. Y lo logró con mis hermanos mayores, Tyson y Gunner.

—¿Daniel Coven? —La secretaría reaparece en el pasillo.

—Soy yo.

—El jefe está esperando. Date prisa. Es la última entrevista que tomará.

—Disculpe, señorita. Llevo esperando aquí dos horas.

Ella me da una mirada repleta de lástima. Detesto que me vean así.

—Lo siento. Sigo órdenes del jefe —indica. En seguida, escolta al muchacho hacia la oficina.

Quince minutos después, el muchacho abandona el despacho. Detrás, surge la secretaría, lleva una chaqueta de abrigo y la cartera colgada a un hombro. Se asombra al verme todavía allí sentado.

—Creí haber dicho que el jefe no tomaría más entrevistas.

—Déjalo, Julie. Yo hablaré con él —interrumpe el hombre de unos cuarenta y tantos. Viste camisa, saco y corbata—. ¿Cómo era tu nombre?

—Dalton. Dalton Sawyer, señor —respondo—. Tengo experiencia en tareas de mantenimiento. De hecho, hice una capacitación. Lo coloqué en mi curriculum. No tengo hijos ni grandes responsabilidades. El trabajo sería mi prioridad —explico. Sé que no estaba en sus planes entrevistarme, pero he venido hasta aquí y seré escuchado.

Él evalúa la situación durante unos minutos eternos.

—Todo muy lindo Sawyer, pero olvida el escabroso detalle de que estuvo en prisión —remarca—. Por políticas del club no puedo contratar a alguien como tú. Espantaría a todos los socios y futuros clientes —agrega sin titubear—. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a casa. Te invito a retirarte, por favor.

Tengo la sensación de que estuve a punto de convencerlo. Sé que no soy brillante, pero estoy seguro que ningún otro de los postulados quería ese empleo tanto como yo. Sin embargo, recojo la dignidad que dejé en el piso y me alejo con la cabeza en alto. «Eres inocente, Dalton. Eres inocente» intento convencerme de camino a casa. Durante estos años, me acostumbré a que me llamen asesino, criminal, delincuente. Me han dicho que no tengo corazón. Que soy un psicópata capaz de arrebatar la vida de una persona. Que arderé en el infierno. He oído toda clase de ofensas hacia mi persona. Voces tan potentes que a veces consiguen apagar mi voz interior. A veces olvido que no cometí ningún delito, que soy el único que lo sabe y no pude probarlo. A veces simplemente asumo que merezco lo que pasó. Quizá es todo lo que la vida tiene para mí. El destino de los Sawyers está marcado por la oscuridad y la desesperanza. ¿Por qué conmigo sería diferente? Al fin y al cabo, también soy uno de ellos.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora