Capítulo 22

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Al volver a mi casa, entré en silencio y en ese mismo silencio me preparé un café, mientras esperaba a que la comida se calentara.

—¿Cómo te fue? —me preguntó mamá al entrar a dejar los trastos de la mesa.

—Bien —murmuré.

Se acercó, me levantó la cara y me inspeccionó.

—Te ves cansada —dijo.

—Tengo sueño.

Comí mientras le ayudaba a mi mamá a preparar la cena, porque yo apenas estoy comiendo y ellos ya van a cenar.

—¿Puedes ir a la tienda el sábado? —preguntó—. Le di el día libre a Adolfo.

—Claro —respondí, concentrada en el queso que cortaba.

No es como que tenga algo que hacer ni el sábado ni cualquier otro día.

Luego de hacer el examen, solamente le mostré el resultado a Carolina.

El sábado, antes de ir a la tienda, fui con el ginecólogo para comenzar con el tratamiento de antibióticos. Preferí ir sola porque tampoco puedo comprometer tanto a Carolina con esto.

Luego fui a la tienda y, cuando Dánae me preguntó dónde estaba, vino en menos de veinte minutos.

Ella se encontraba en la sala, estudiando, se suponía, mientras yo estoy barriendo el polvo, se suponía.

—Si me vas a decir algo —me miró—, dilo.

Llevaba un rato observándola.

Dejé la escoba recargada en la misma mesa donde me recargué.

—Alguien me invitó a salir.

Abrió los ojos de par en par.

—¡¿En serio?! —sonrió.

Miré hacia la puerta.

—Solo a una cita y...

—Pero, ¿quién es?, ¿lo conozco?

Desvié la vista.

—No —respondí en voz baja—. Lo que te quería preguntar es, ¿no crees que, si acepto, esté traicionando a Santiago?

Ladeó la cabeza.

—Por supuesto que no —respondió—. Elizabeth, él se fue hace mucho tiempo. Y lo conocías, sabes que él estaría feliz de que continúes con tu vida.

—Es como mi primera cita en toda mi vida.

Con Santiago fue muy diferente, nos conocíamos de toda la vida y estábamos acostumbrados a pasar tiempo juntos, solos.

Nunca viví con él los nervios de una primera cita.

—Yo te ayudo —murmuró Dánae—. ¿Qué te parece si vas a mi casa, te presto algo de ropa y te dejamos bella?

—Todavía no le he dicho que sí.

—¡¿Pues qué esperas?! ¿Que se arrepienta? —Negué—. Entonces dile que aceptas. No importa cómo salga, la idea es que empieces a salir.

Suspiré antes de asentir.

El lunes no me presenté en la clase de Historia, en su lugar, fui a reportarme con Carolina y de ella va a salir el justificante para la profesora.

—¿Qué días vas a estar yendo por el tratamiento? —preguntó, leyendo la receta que me dieron para comprar el medicamento que me dictó el ginecólogo.

—No tengo que ir, solo es una inyección que alguien más podría ponerme —divagué.

—Tráela y yo te la pongo —dijo, entendiendo perfectamente que estaba insinuándole que ella lo hiciera.

Vas a estar en mi corazón | EN PROCESO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora