Prioridades

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Finn:

Esa tarde, dejé la el hospital con prisas, dejando órdenes rápidas para Elijah y el Italiano. No había tiempo para detalles; todo se redujo a lo esencial.

Mi mente estaba en otro lugar, atrapada en un torbellino de pensamientos que me hacían sentir como si el mundo a mi alrededor se desdibujara. Me dirigí al departamento corriendo por las calles, como si no hubiese un mañana, solo con la urgencia de salir de allí.

Una ducha rápida fue lo único que me permití antes de buscar mi identificación y pasaporte. Lo esencial fue arrojado en una mochila, y salí a toda velocidad hacia el aeropuerto.

Mientras tanto, intentaba calmarme hablando con el doctor Minelli. Me decía que los dolores de Andrea probablemente eran solo por su periodo, y que no había razones para preocuparse por algo más grave.

Pero sus palabras, aunque lógicas, no lograban tranquilizarme. Andrea estaba asustada, y la idea de dejarla sola en ese estado era insoportable.

Logré conseguir un lugar en un vuelo, aunque fuera en clase económica. Normalmente prefería algo más cómodo, pero en ese momento, el confort era lo último que me importaba.

Apenas despegamos, el agotamiento me venció, y me quedé dormido a pesar del hombre a mi lado, que escuchaba música a través de sus auriculares, y cantaba como si estuviera en su casa.

Llegué a casa de madrugada. Freddo fue el primero en recibirme, su cálida bienvenida fue un bálsamo para mi agotamiento.

La casa estaba en silencio, con las luces apagadas, y supuse que Andrea y Gia estaban dormidas, al igual que cualquier otra persona que hubiese decidido acompañarlas.

Subí las escaleras con cuidado, y al entrar en nuestra habitación, vi a Andrea durmiendo con la luz de noche encendida, abrazada a mi almohada. Me acerqué, acaricié su cabello y le di un beso en la frente.

Parecía tranquila, respirando de manera constante, y eso me devolvió un poco de paz. Era la mujer más preciosa del mundo, y en ese momento, no había nada más importante que ella.

Después, fui a la habitación de Gia. Dormía abrazada a un peluche que Andrea le había regalado cuando estuvo en la clínica. Me aseguré de que estuviera bien arropada antes de salir en silencio.

Por último, me asomé a la habitación de huéspedes, donde encontré a Gina durmiendo. Saber que había estado con Andrea me dio una inmensa tranquilidad. Aunque el caos y la distancia parecían abrumadores, en ese momento, supe que todo estaría bien.

Esa mañana, sabiendo que faltaban casi dos horas para que el despertador de Andrea sonara, decidí no despertarla. El cansancio del viaje y la tensión de las últimas horas en Nueva York pesaban sobre mí, y sentía la necesidad de despejarme, de sacudir la mente de todo lo que había pasado.

Así que, en lugar de irme en la cama, opté por sacar a Freddo a pasear.

Aunque la hora no era la habitual, el aire fresco y el silencio de las calles desiertas eran justo lo que necesitaba. El paseo me permitió ordenar mis pensamientos, y con cada paso, sentía cómo la ansiedad comenzaba a disiparse.

De regreso a casa, con Freddo a mi lado, tomé una decisión: prepararía el desayuno para Andrea. Quería sorprenderla, llevarle una bandeja a la cama y darle ese pequeño mimo que tanto merecía después de todo. Era mi manera de reconectar con el hogar y mostrarle cuánto la había extrañado.

- Mentiste! - Escuché a mis espaldas

La mañana había empezado de forma agitada, pero el sonido suave de la voz de Gia logró captar mi atención de inmediato.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora