Duele. Me pasa algo. ¿Qué es?
Abro los ojos, y empiezo a toser agua. Es salada, y me deja la boca muy seca y la garganta dolorida. Respiro como si se me fuera la vida, literalmente. Vuelvo a toser. Sigue doliendo, pero ya no sale más agua.
Estoy en la arena, alguien debe de haberme arrastrado hasta aquí. Levanto la vista y veo a dos mujeres sacando a mi madre del agua, y a otras dos intentando reanimar a mi padre a unos metros de mí. Ahora me acuerdo, nuestro barco ha naufragado cerca de esta isla.
-¿Estás bien, chico?
Me giro bruscamente. No me había dado cuenta de que otra mujer estaba detrás de mí. Parece mayor que las demás. No es que sea una vieja, tendrá unos treinta años, y las demás parecen de unos veinte.
-S-sí... Sí, estoy bien -digo con la voz temblorosa. Me doy cuenta de que estoy muerto de frío. Pero no me importa, necesito ver cómo está mi madre.
Está consciente, y ya está al lado de mi padre. Me acerco gateando, ya que no tengo fuerzas para levantarme, pero entonces la señora que estaba detrás de mí me ayuda a levantarme. Parece una buena persona.
Cuando llegamos hasta mi padre, mi madre está de rodillas a su lado, con la cabeza agachada. Han parado de reanimarlo.
-¿Papá? ¿Por qué no se levanta?
-Hijo, ¿estás bien? -Mi madre me mira, con lágrimas en los ojos, ignorando mi pregunta.
Las otras mujeres no me miran. Simplemente, se levantan y se van. Solo la mayor se queda.Me agacho para comprobarlo yo mismo. Sí, está muerto. Me he quedado sin padre a los dieciséis años. No sé si estoy triste. Creo que un poco, pero no lo suficiente como para llorar.
Casi me entran ganas de reír. Parece un chiste. Mi padre fue campeón de natación en nuestra ciudad. Hace unas horas me estaba insultando por no saber nadar, y cuando mi madre le pidió que parase, le dio un guantazo.
Me acerco a mi madre y la abrazo. Ella siempre le ha querido, da igual las palizas que le diera, siempre le perdonaba cuando le traía flores tras cada discusión.
Y, de repente, se desmaya en mis brazos.
No, ella no. A ella no puedo perderla.
-¿Mamá? ¡Mamá! ¿¡Qué te pasa!? ¡Mamá despierta!
Pánico. Ahora sí. El dolor que había dejado el agua en mi interior no era nada comparado con el temor que sentía ahora mismo. En cuestión de segundos tengo la cara llena de lágrimas.
-Hay que llevarla a la aldea. La curandera la atenderá -me dice la señora.
¿Una curandera? ¿Eso aún existe? Bueno, no importa, cualquier ayuda es bienvenida.
Tengo bastante fuerza, y soy alto, así que no me cuesta nada coger a mi madre en brazos. Ha adelgazado mucho desde que descubrió que mi padre tiene una amante, aunque ella actuaba como si no lo supiera, pero era obvio. Mi padre no parecía intentar disimularlo.
Todas las fuerzas que antes me faltaban para poder levantarme, ahora me sobran.
Esta mujer está en forma. Corre muy rápido. Me guía hasta su aldea, siguiendo un camino a través del bosque (¿o es una jungla? No lo sé).
Dejamos a mi padre atrás. Él ya no necesita nuestra ayuda.
La verdad es que este sitio es precioso, nunca había visto tanta belleza. Hay flores por todos lados, inundando todo de color. Oigo el sonido de un río, y creo que a lo lejos hay alguna cascada, pero no estoy seguro. Tampoco tengo tiempo de pensar mucho en ello.
¿Faltará mucho? Estoy en forma y mi madre pesa poco, pero tengo mis límites. Las piernas empiezan a dolerme, y me falta el aire.
Justo cuando creía que ya no podía más, giramos hacia la derecha, saliendo del camino, y tras unos metros me encuentro ante la entrada de la aldea. Está bien escondido, rodeado por árboles y protegido por una muralla de madera. La entrada podría pasar fácilmente desapercibida.
Cinco mujeres nos están esperando. Cuatro de ellas son las que estaban en la playa, y la otra doy por hecho que es la curandera. Esa sí que parece una vieja. Mínimo 70 años.
Las jóvenes se acercan con una camilla hecha de telas y cañas (¿de bambú?), y sin preguntarme ni mirarme a la cara, cogen a mi madre de mis brazos y se la llevan.
-Cuidaré de ella, tranquilo. Os avisaré cuando puedas venir a verla -me dice la anciana antes de irse.
-¡No, espera, yo quiero ir! -grito, dando un paso al frente, pero caigo de rodillas al suelo. Mi cuerpo ya no quiere colaborar más conmigo.
-Creía que él estaba bien. También debo revisarlo.
-Lo llevaré a mi cabaña. Cuando hayas terminado con la madre, ven -le dice la señora de la playa.
-Así lo haré -le contesta la curandera, haciendo una pequeña reverencia. ¿Será esta señora la alcaldesa o algo así?
Me vuelve a ayudar para levantarme.
-Tu madre está en buenas manos, tranquilo. Te voy a llevar a mi cabaña, para que descanses un poco -me dice con una voz amable. -¿Cómo te llamas, y qué edad tienes?
-Me llamo Haziel, y tengo dieciséis años.
-Haziel, me gusta. Significa el Dios de la misericordia, ¿lo sabías?
Asiento. Mi madre me lo decía muchas veces. Ella tenía la esperanza de que yo fuese como el ángel Haziel, ángel de la buena fe y la reconciliación, el que ayuda a mantener la paz, especialmente dentro de la familia. Como si tener un hijo fuera la solución al maltrato de mi padre.
-Yo me llamo Némesis, como la diosa de la justicia, la solidaridad, el equilibrio y la fortuna.
-Aunque algunos también dicen que de la venganza -le digo tímidamente, recordando haber leído ese nombre en el libro que mi abuela me regaló sobre significados -, me encantan los significados de los nombres, como a mi abuela y a mi madre.
-Sí, supongo que también puedo ser como la diosa de la venganza -dice con una pequeña sonrisa -. Soy la jefa del clan, es un placer conocerte, Haziel.
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La Isla: Infernum
Random¡Libro completo disponible en Amazon! Haziel y sus padres naufragan en una isla habitada solo por mujeres. Al principio todo parece normal, aparte de la ausencia de hombres, pero poco a poco Haziel va descubriendo todos los secretos y mentiras que...