Casería

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Me encontraba en el jardín, observando con atención la delicada herida en la pata de un pequeño conejito que había llegado hasta mí en busca de ayuda. Mientras acariciaba suavemente su pelaje, sentí una calma que solo la naturaleza podía ofrecer. Mi padre, con su presencia siempre tan imponente, se acercó con pasos firmes. Levanté la vista, dejando al conejito en su cesta, y lo seguí hacia la sala del trono.

A medida que avanzábamos por los pasillos, mis pensamientos se desviaron hacia el aurionis, esa enigmática ave que había cuidado hasta hace poco. Desde el momento en que la liberé, no he dejado de pensar en él, preguntándome dónde estaría, si se encontraría bien. Era curioso cómo, en tan poco tiempo, había desarrollado un vínculo tan fuerte con una simple ave. O al menos, eso era lo que aparentaba ser.

Llegamos a la sala del trono, y tomé asiento en mi silla junto a la de mi padre. La solemnidad del lugar me hizo sentir un leve escalofrío, como si algo importante estuviera a punto de suceder. Mi padre, con su voz grave y llena de autoridad, me habló sobre la visita del rey vecino y su hijo, el príncipe, sugiriendo que una amistad entre nosotros sería beneficiosa para ambos reinos. Aunque entendí las implicaciones de sus palabras, mi mente seguía volviendo al aurionis, a su mirada inteligente y la sensación de que había algo más detrás de aquellos ojos dorados.

No pasó mucho tiempo antes de que las puertas de la sala se abrieran y el rey vecino entrara, seguido por su hijo. Ambos eran hombres altos y de porte noble, pero fue el príncipe quien capturó la atención de todos con su porte confiado. Se acercó a nosotros y, con una reverencia elegante, me tomó la mano y la besó suavemente.

—Princesa Lyriselle —me saludó con una sonrisa encantadora.

Yo le devolví la sonrisa, aunque mi corazón no se aceleró como esperaba que lo hiciera. Hice lo que se esperaba de mí, manteniendo la compostura y respondiendo con cortesía.

—Príncipe, es un placer recibirlos en nuestro reino. ¿Me acompañarías a dar un paseo por los jardines?

—Con gusto, princesa —respondió él, su tono galante y sus ojos fijos en los míos.

Nos dirigimos al jardín, ese lugar que siempre me había traído paz y tranquilidad. El príncipe comenzó a hablar sobre su vida en su reino, sobre las aventuras que había vivido y las responsabilidades que tenía como futuro rey. Mientras él hablaba, asentí en los momentos apropiados, pero mi mente vagaba lejos de allí. No podía evitar pensar en el aurionis, en su desaparición repentina y en cómo había sentido su presencia más cercana de lo que debería haber sido posible.

De repente, una extraña sensación me invadió, como si alguien me estuviera observando. Mi piel se erizó ligeramente, pero no quise mostrar inquietud. Miré de reojo, buscando la fuente de esa mirada, pero no vi a nadie. Era probable que se tratara de uno de los guardias que solían vigilarme desde la distancia, asegurándose de que estuviera segura sin invadir mi espacio.

Intenté volver a centrarme en la conversación del príncipe, pero la sensación persistía, como si algo más que un simple guardia estuviera allí, vigilándome. Traté de apartar esos pensamientos, diciéndome a mí misma que era solo mi imaginación.

—Princesa, ¿te encuentras bien? —preguntó el príncipe, interrumpiendo mis pensamientos.

—Sí, disculpa —respondí rápidamente, dándole una sonrisa para tranquilizarlo—. Simplemente estaba pensando en cómo este jardín siempre me ha parecido un lugar tan hermoso.

Él asintió, aceptando mi explicación, y continuó hablando. Pero mi mente, a pesar de mis esfuerzos, seguía divagando, siempre regresando al aurionis y a esa sensación de que había algo más en su partida de lo que yo alcanzaba a entender.

La Princesa y el Vínculo Mágico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora