A veces hay que arriesgarse

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El verano había llegado a su fin, y con él, los últimos días de libertad antes de que empezara el nuevo curso. Marta se encontraba en su habitación, revisando por enésima vez su uniforme escolar, que yacía estirado sobre la cama. No era un uniforme nuevo, y eso le daba una extraña sensación de seguridad. Al menos, algo en su vida seguía igual.

Sin embargo, algo había cambiado. Algo que no podía ignorar, aunque lo intentara. Durante todo el verano, un pensamiento no la había dejado en paz: Alejandro. Su mejor amigo desde la infancia, su compañero de aventuras, de travesuras y de secretos, parecía distante últimamente. Lo había notado en su último encuentro, hace apenas unos días. No era él mismo. Sus bromas ya no la hacían reír como antes, y sus silencios eran más largos, casi incómodos.

—No seas tonta, Marta —se dijo a sí misma, mirándose al espejo—. Todo está bien.

Pero en el fondo sabía que no lo estaba. Algo había cambiado entre ellos, y la incertidumbre le pesaba más que nunca.

Esa misma tarde, Paula, su amiga del alma, la llamó para invitarla a una fiesta en la casa de un compañero de clase. Marta no estaba segura de querer ir, pero la insistencia de Paula y la promesa de una "noche épica" la convencieron.

—Va a estar todo el mundo, incluso Alejandro —le dijo Paula con una sonrisa pícara—. Quizás sea la oportunidad para aclarar las cosas.

Marta sonrió, aunque por dentro sentía una mezcla de nervios y expectación. Sabía que algo importante pasaría esa noche.

La fiesta estaba en su apogeo cuando Marta y Paula llegaron. La música resonaba por toda la casa, y el aire estaba cargado de una mezcla de perfume, sudor y emociones. Alejandro estaba allí, apoyado contra una pared, hablando con un grupo de chicos. Cuando la vio, sus ojos se encontraron, y por un breve momento, Marta sintió que el tiempo se detenía.

—Voy a por algo de beber —dijo Paula, dejándola sola.

Marta respiró hondo y se acercó a Alejandro. Él la saludó con una sonrisa, pero ella notó la tensión en su mirada.

—Hola —dijo Marta, intentando sonar casual—. ¿Todo bien?

—Sí, claro —respondió Alejandro, pero su tono no convenció a Marta.

—Tenemos que hablar —dijeron al unísono, y ambos rieron nerviosamente.

Salieron al jardín, donde el ruido de la fiesta se apagaba un poco, y se sentaron en un banco bajo las estrellas. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Marta jugaba con sus manos, buscando las palabras adecuadas.

—He sentido que estás diferente conmigo —dijo finalmente—. No sé si hice algo mal o si...

Alejandro la interrumpió, negando con la cabeza.

—No, no hiciste nada mal. Es solo que... —dudó, como si no supiera cómo continuar—. Las cosas están cambiando, Marta.

Marta sintió un nudo en la garganta. Sabía que esto era cierto, pero no estaba preparada para escucharlo en voz alta.

—¿Por qué? —preguntó en voz baja.

Alejandro tomó aire antes de hablar.

—Creo que... estoy enamorado de ti, Marta.

El silencio que siguió fue insoportable. Marta no sabía qué decir. Aquellas palabras, que alguna vez había soñado escuchar, ahora la dejaban confusa, temerosa de lo que eso significaba para su amistad.

—Alejandro, yo...

Él no la dejó terminar.

—Lo sé, no tienes que decir nada. Solo necesitaba decírtelo. No quiero que esto cambie nada entre nosotros.

Marta asintió lentamente, pero en su interior sabía que todo estaba a punto de cambiar.

Los días siguientes a la fiesta fueron extraños para Marta. Alejandro seguía siendo su amigo de siempre, pero cada vez que se encontraban, había una tensión palpable en el aire. Paula notó el cambio y no tardó en confrontarla.

—¿Qué ha pasado con Alejandro? —le preguntó mientras caminaban juntas hacia el instituto.

Marta se mordió el labio, debatiéndose entre contarle la verdad o mantenerlo en secreto.

—Me dijo que está enamorado de mí —confesó finalmente.

Paula la miró con sorpresa, pero luego sonrió.

—Eso no es malo, ¿verdad? ¿Tú también sientes algo por él?

Esa era la pregunta que Marta no dejaba de hacerse. Alejandro siempre había sido importante para ella, pero no sabía si sus sentimientos eran los mismos. La idea de perder su amistad la aterrorizaba, pero al mismo tiempo, no podía ignorar lo que él le había confesado.

—No lo sé, Paula. Tengo miedo de arruinarlo todo.

Paula le dio un leve empujón, sonriendo.

—No lo sabrás hasta que lo intentes. A veces, hay que arriesgarse.

Esa noche, Marta no pudo dormir. Las palabras de Paula resonaban en su cabeza. "A veces, hay que arriesgarse". Pero, ¿estaba dispuesta a hacerlo? ¿Estaba lista para enfrentar los cambios que esto podría traer?

Finalmente, decidió que no podía seguir así. Tenía que hablar con Alejandro, ser honesta con él y consigo misma. Tomó su teléfono y le envió un mensaje.

—¿Podemos vernos mañana después de clase?

Alejandro respondió al instante.

—Claro. ¿En el parque de siempre?

Marta sonrió ante la mención del parque donde solían ir de niños. Acordaron encontrarse allí después de las clases.

Al día siguiente, Marta llegó al parque antes de la hora acordada. Caminó nerviosa por el sendero, recordando los momentos que habían compartido en ese lugar. Alejandro llegó poco después, con una sonrisa en los labios que la tranquilizó un poco.

—Hola —dijo él, con una mezcla de nerviosismo y alegría.

—Hola —respondió Marta, respirando hondo—. He estado pensando en lo que me dijiste.

Alejandro asintió, esperando.

—No quiero perderte como amigo —continuó ella—. Pero tampoco quiero ignorar lo que sientes. La verdad es que también me importas mucho, y no sé si estoy enamorada de ti, pero sé que no quiero que las cosas se queden como están.

El rostro de Alejandro se iluminó con una sonrisa.

—Podemos ir despacio, Marta. No hay prisa. Lo que más me importa es que no quiero perderte.

Marta sonrió aliviada. Sentía que, por primera vez en mucho tiempo, las cosas comenzaban a encajar.

Con el tiempo, Marta y Alejandro comenzaron a explorar lo que significaba esa nueva faceta de su relación. No fue fácil, y hubo momentos de incertidumbre y dudas, pero también de descubrimiento y alegría.

Paula, siempre al tanto de todo, apoyó a Marta en cada paso, recordándole que no hay certezas en el amor, solo la valentía de arriesgarse.

La amistad entre Marta y Alejandro evolucionó. Ahora, además de cómplices en travesuras, eran compañeros en un nuevo viaje, uno que no sabían cómo terminaría, pero que estaban dispuestos a vivir juntos.

Y aunque el futuro era incierto, Marta se sentía más segura que nunca de que, pase lo que pase, Alejandro siempre sería una parte importante de su vida.

Unos años después, Marta volvió a ese parque, ahora mucho más madura y con la perspectiva que solo el tiempo puede dar. Recordó aquel día en que todo cambió y sonrió. Alejandro ya no estaba en su vida del mismo modo que antes, pero su amistad, su primer amor, había dejado una huella imborrable en su corazón.

A veces, la vida te lleva por caminos inesperados, y aunque no siempre terminen como habías imaginado, cada paso es una lección, una historia que vale la pena contar.

Con una última mirada al parque, Marta se despidió del pasado y se dirigió hacia el futuro, sabiendo que, gracias a Alejandro, había aprendido lo que significaba realmente arriesgarse por lo que uno siente.

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