CAPÍTULO 17

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JACAERYS

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JACAERYS

NEGARSE A REACCIONAR ANTE LAS PROVOCACIONES DE AMERYAN FUE tan difícil como ignorar la presencia de la lluvia. Podía apartar su mirada todo lo que quisiera, podría incluso pretender que no disfrutaba cómo se sentían las gotas de lluvia sobre su piel caliente, pero el resultado de ese encuentro sería visible para todos, incluso para Jacaerys, por muy ciego que quisiera ser ante la existencia de Ameryan.

Su hermano era el doncel modelo; sensible, dulce y con ese instinto paternal que solo un doncel podía tener. Aegon era un doncel salvaje, solía escapar cuando era más joven y beber hasta desmayarse, pero encontró el camino correcto en brazos de su hermana. Los demás donceles que Jacaerys había conocido seguían un mismo modelo, todos ellos se presentaban como partes de alguien más, de sus padres, de sus hermanos, de sus reinos.

Ninguno era un verdadero individuo.

Ameryan se presentó ante él como una idea, como una visión de todo lo bueno de Poniente. Las ideas de que Ameryan carecía de actitud propia se fueron por la borda cuando comenzó a ver retazos de esa conducta provocadora y orgullosa, de esa sonrisa que salía cuando las bromas eran muy cómicas y dejaba a un lado la «risa elegante», para dejar salir esa carcajada alta y libre.

Creyó que su tío Aegon sería un doncel único, pues adoraba participar en las peleas y detestaba ser calificado como delicado. Manejaba bien la espada, pero era un asco con los cuchillos. Tal vez por eso le sorprendió tanto ver cómo Ameryan le quitaba la vida a ese perro salvaje, noches atrás. La bestia ya estaba condenada por la enfermedad de la rabia, pero nada de eso evitó que Ameryan hiciera a un lado su cuchillo y rezara por el animal agonizante.

Le pidió perdón a los Siete, le pidió perdón al perro salvaje y se inclinó dos veces. Una inclinación por la vida que tuvo, una inclinación por la muerte que él mismo llevó a cabo. Juntó ambas manos sobre el pelaje oscuro del animal inmovil y, en susurros que hicieron temblar el cuerpo de Jacaerys, le deseó un viaje ameno hacia los brazos de un paraíso animal.

Ninguno habló por el resto de la noche. Jacaerys se negó a recordar lo bien que se sintió estar tan cerca del doncel, cómo sus cuerpos emitían el mismo calor, algo que jamás había sentido antes. Los demás donceles y doncellas eran muy fríos o muy tibios para él, quien portaba el calor de un dragón en su sangre, pero Ameryan...Él poseía una sangre tan caliente como la suya.

Lo supo por cómo tembló al primer toque y cómo estuvo cerca de dejarse llevar con el segundo.

Ese día, aún acostado en la comodidad de su cama, Jacaerys elevó una de sus manos, la que había utilizado para buscar el cuchillo en las piernas del doncel. ¿En qué demonios pensaba? La apertura en su traje lo tentó, eso fue todo. Aún si le agradaba o no, no tenía sentido negar que Ameryan era un doncel hermoso, no fijarse en el brillo pálido de esos muslos fuertes y expuestos fue imposible.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora