Camindo Oscuro

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Las estrellas eran casi inexistentes en un cielo negro y vacío, como esa joven dama que caminaba sin rumbo, temblorosa, pálida y melancólica, como si fuera un fantasma del pasado.

Las calles estaban llenas de nada, silenciosas como el cementerio de esperanzas que la abrumaba en su interior. Paso a paso, todo tras ella desaparecía, como si su deseo de olvidar borrara todo lo que estremecía su corazón.

Entre paso y paso, los segundos parecían años. Cada centímetro recorrido la hacía sentirse cada vez peor. Se volvía progresivamente más lenta y débil, pero seguía avanzando. Continuaba por esa calle oscura y vacía, como la soledad que la perseguía.

Aguantó el dolor de sus propios clavos santos y caminó. Caminó hasta que le sangraron los pies y, aun así, siguió andando. Su fe y esperanza disminuían cada vez más. El dolor se volvía insoportable y el cansancio, abrumador.

Pero caminó; lo hizo por horas, días y años. Permaneció en esa calle oscura y desprovista de esperanza hasta que no pudo más.

Rendida ante la vida por no encontrar un cambio, se detuvo. Dejó de caminar al ver un banco de pino. Se sentó y allí decidió, al fin, descansar. Dejar de sufrir en ese camino casi interminable de dolor y soledad.

Luego de sentarse y meditarlo por un momento, tomó la decisión, y entonces sucedió.

La sangre comenzó a recorrer su brazo pálido, dejando su característico color en el banco y el suelo, como las lágrimas que derramó durante todo el camino, trazando un rastro de dolor. Allí terminó su paseo nocturno de 20 años, en el que no conoció un solo segundo de sol, solo ese cielo vacío y oscuro sin estrellas.





































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