No existe un interés mutuo, que no sea físico para el cual él me llame la atención.
Tal vez solo me atrae por su apariencia y su parecido a una persona que me da recuerdos.
Una persona de la cual estuve enamorada años. Una persona con la cual nunca nada se concretó.
Ahora, tal vez estoy tan pendiente de él por el posible encuentro, ese encuentro que nunca se dio con la persona con la que realmente quería estar.
Me aferro a su imagen como quien se aferra a un sueño que se desvanece al amanecer. Su sonrisa me recuerda lo que una vez anhelé, pero al mismo tiempo, me recuerda la distancia que existe entre lo que quiero y lo que tengo. Cada momento que paso con él es una lucha interna; sé que no es justo, ni para él ni para mí, pero es difícil resistirse a la ilusión de que tal vez, solo tal vez, podría encontrar en él lo que perdí con el otro.
Pero, a medida que pasa el tiempo, la realidad se vuelve imposible de ignorar. Sus palabras carecen de la profundidad que busco, sus gestos no tienen la ternura que deseo. Y aunque me esfuerzo por mantener viva la llama de la esperanza, me doy cuenta de que estoy cayendo en un ciclo de autoengaño.
El dolor de lo que nunca fue y de lo que nunca será comienza a pesar más que el placer fugaz que encuentro en su compañía. Es un dolor sordo, constante, que me recuerda que no puedo forzar a alguien a ser lo que no es, ni puedo llenar un vacío con lo que es meramente superficial.
Finalmente, empiezo a aceptar que mi obsesión por él no es más que una manera de mantener viva la conexión con mi pasado, una forma de no soltar lo que nunca tuve. Pero, para seguir adelante, debo dejar de buscar en él lo que jamás encontrará en mí. Es tiempo de liberarme de las cadenas del recuerdo y enfrentar la realidad con valentía. Solo entonces podré abrir mi corazón a algo verdadero, algo que no esté teñido por las sombras del pasado.
Pero esa decisión de dejarlo ir no es tan simple. Cada vez que trato de alejarme, algo en mí me jala de vuelta, como si tuviera miedo de soltar la última conexión con ese amor del pasado. Me pregunto si este apego a él, a su parecido, no es más que una resistencia a aceptar que lo que una vez sentí por aquella persona ya no tiene lugar en mi vida. Me pregunto si, al soltarlo, me quedaré vacía, desprovista de esa llama que, aunque ilusoria, me ha mantenido en una especie de vida emocional.
Mis pensamientos giran en torno a él, a esa persona que nunca fue y a la que nunca será. Me doy cuenta de que, en mi mente, he creado una versión idealizada de lo que quiero, proyectando sobre él todo lo que alguna vez esperé del otro. Pero en el fondo, sé que no es justo. Ni para él ni para mí. Estoy atrapada en un ciclo de comparación, buscando en él rastros de lo que amé en el pasado y frustrándome al descubrir que nunca podrá llenar ese vacío.
Intento distanciarme, intento apartar mis pensamientos, pero él sigue apareciendo en mi mente, como una constante. Me pregunto si, al final, estoy usando esta atracción superficial como una forma de protegerme del dolor real, de enfrentar la verdad de que el amor que sentí nunca fue correspondido y nunca lo será. Tal vez me aferro a esta ilusión porque me da un sentido de control, una sensación de que aún hay algo que puedo rescatar, aunque sea una mentira.
El tiempo sigue pasando, y con él, mi confusión se va aclarando lentamente. No puedo seguir aferrándome a un reflejo, a un espejismo que no tiene sustancia. Él nunca será la persona que amé, y lo que siento por él no es más que una sombra de lo que una vez sentí. Necesito aceptar que el pasado es pasado, que no puedo cambiar lo que no fue ni forzar a alguien a convertirse en lo que no es.
Finalmente, después de noches de insomnio y días de reflexión, decido hablar con él. No sé exactamente qué voy a decir, pero siento que es necesario cerrar este capítulo. Me encuentro con él en un café, y mientras hablamos, me doy cuenta de lo evidente que es la desconexión entre nosotros. Sus palabras me parecen vacías, sus gestos no logran tocarme de la manera en que lo hacía esa persona en mi memoria.
Con cada minuto que pasa, mi decisión se hace más clara. Le digo que necesito distanciarme, que lo que busco en él no es justo para ninguno de los dos. No es fácil, pero siento un alivio inmediato al expresarlo. Él parece entender, aunque tal vez no comprenda del todo las razones detrás de mi decisión. Lo miro por última vez, y en ese momento, dejo de ver el reflejo del otro en él. Lo veo por lo que realmente es: alguien con quien nunca podría haber tenido lo que una vez soñé.
Mientras me despido y salgo del café, siento una mezcla de tristeza y liberación. Sé que he cerrado una puerta que debía haberse cerrado hace tiempo. El dolor de soltar lo que nunca fue es profundo, pero necesario. Me doy cuenta de que, para seguir adelante, necesito dejar de buscar en otros lo que no puedo encontrar en mí misma.
El camino hacia la sanación es largo, y no será fácil. Pero, al soltar esa ilusión, me permito abrirme a nuevas posibilidades, a la posibilidad de un amor real, genuino, que no esté teñido por las sombras del pasado. Y aunque el futuro es incierto, sé que estoy lista para enfrentarlo con un corazón que, aunque herido, finalmente está libre para sanar y para amar de verdad.