Capítulo 5: sueños

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Capitulo 5: sueños y recuerdos del pasado

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Adán estaba sudando, encima de él, estaba Eva, sin su casco y el traje que utiliza en los exterminios. Los dos estaban completamente desnudos y sudorosos en el cuarto de su habitación. La Madre de la Humanidad, poco después que terminaran con el trato de la princesa infernal, arrastró al pobre hombre hacia su hogar para copular con enfado.

Y cabe decir, que ella no fue muy suave con él.

Sintiendo los senos de su esposa tocando su pectorales, suspiró sabiendo que ella estaba dormida. No estaba cansado, aún tenía energías, pero es mejor no decirlo en voz alta sino quiere que Eva se levante para tener su décima tercera ronda. Su pelvis le dolía por los sentones descontrolados.

Entonces, cerró los ojos para descansar...

[...]

Sueño de Eva.

La mujer estaba en en las gradas de lo que parecía ser un coliseo romano. En los otros puestos estaban todos sus hijos que llegaron al Cielo, quienes estaban llorando.

Ella no sabe por qué estaba ahí, pero tenía un mal presentimiento.

Al dirigir su mirada al centro de la arena, intenta llamarlo, pero este no se mueve ni un centímetro. Frutrada, alza el vuelo hacia su marido para estar delante de él.

Oye, cariño, yo... —la voz de Eva se detiene abruptamente al ver el rostro de Adán.

Mientras se llevaba ambas manos hacia la boca, observa horrorizada, el cadáver de su esposo, cuyo cuerpo estaba de pie por si sola. Sus ojos, esos ojos azules maravillosos y lleno de vida, ahora eran blancas, sin alma y sin una chispa de vida en ellas.

—¿Adán... ? —la voz de la mujer se quebró mientras intenta llevar una mano al cuerpo del hombre.

Pero al tocarlo, ya no siente esa calidez que desprendía, o la suavidad que lo caracteriza.

Estaba frío, y su dedo solo se hundió en su carne, como si sus músculos fueran moldeables.

—¿...Adán? —ella volvió a llamar a su esposo, acercándose a él, mientras las lágrimas amenazaban en caerse de sus ojos violetas.

Adán no le contesta, estaba de pie, sonriendo, mientras tenía un puño levantando en el aire.

Ella lo abrazo, pero este no corresponde como costumbre. Quiso traer la calidez en su abrazo, pero solo siente frialdad; intentó escuchar el corazón de su esposo, pero no latía.

—¿Cariño? —las lágrimas finalmente se desbordaron de sus ojos, cayendo de sus mejillas mientras observaba a los ojos de su esposo, quién, de nuevo, no se movió aunque lo llamase—. Contéstame, ¡Adán, contéstame!

Sigue de pie...

Su sonrisa se mantiene...

No hay vida en sus ojos...

Hay sangre dorada en su rostro...

Pero sigue sin moverse ante el llamado de su esposa...

Adán, lo que tuvo que ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora