Soy artista. Cojo la regla. La esquina está afilada. Me la clavo, me la clavo en el brazo y arrastro hasta que se aprecia una marca blanca por la presión. Siento dolor, pero me siento bien. Alivio y dolor. Dolor y alivio. Y me la vuelvo a clavar. Trazo líneas como si de un lápiz se tratara. Mi brazo es el lienzo, y la regla, el lápiz que no para de dibujar. Líneas, líneas y más líneas. Verticales, ahora horizontales. El lienzo ha enrojecido. No hay sangre, pero sí dolor. Dolor y alivio. Está rojo, rojo de tantas líneas trazadas. Veo las tijeras. La regla ya no me sirve de lápiz. Las tijeras pasan a ser el lápiz. Y pintan más profundamente en el lienzo. Hay más dolor. Hay más alivio. No me doy cuenta, el lienzo ya no tiene espacio. Está todo rojo. Sigue sin haber sangre. Pero quema, el lienzo quema. Necesita agua para apagar el fuego. El problema es que ese fuego es el alivio, y el agua, la culpabilidad. Las marcas siguen ahí. Desaparecen lentamente, no han sido lo suficientemente profundas como para llegar al fondo, donde el rojo se esconde. Ahora solo hay leves señales que solo la artista podría notar. El fuego ya no se ve, pero sigue ahí. En mi interior sigue quemando. Necesito agua. El agua resbala por mi brazo. Y siento alivio otra vez. Alivio por apagar el dolor que hasta entonces me generaba aligeramiento, desahogo, consuelo. Las marcas ya no se ven. Han desaparecido. Pero en mi interior siguen ahí, presentes, cada hora, cada minuto, cada segundo. Me doy cuenta de lo que he hecho. Ya no siento alivio. Solo malestar, angustia, dolor. En mi interior, dolor, dolor y más dolor. Y en el fondo, muy en el fondo, deseo que ojalá alguien más pudiera ver las marcas de mi lienzo. Para que pudiera ayudar a la artista a borrarlas por completo, para que nunca más volviera a dibujar y dejar al lienzo respirar. Quiero dejar de ser artista.
Para esas personas que alguna vez han sido artistas.
Para esas personas que quieren dejar de serlo.
Para esas personas que ya no lo son.
Escrito por Edel Giyó