LXX: Inalcanzable

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Un agradable olor a menta le inundó su nariz, era refrescante y delicioso, quiso acomodarse un poco, y el dolor de sus heridas lo hizo fruncir el ceño. Abrió lentamente los ojos respirando pesadamente y cuando logró enfocar su visión, distinguió la nuca de Samira a la altura de sus ojos.

Ella descansaba de costado dándole la espalda, sus cabellos largos y negros como la noche, se revolvían sobre la almohada junto a él y su aroma corporal mezclado con menta lo rodeaba dulcemente. Las sábanas acompañaban las curvas de sus caderas y su túnica dejaba ver parte de su hombro. "No sería difícil acostumbrarse a ese paisaje" pensó Zeth con media sonrisa, pero pronto se obligó a mirar al techo de la habitación, si no quería que su perezoso cuerpo reaccionara ante aquella tentación. "Piensa en otra cosa amigo" se dijo mentalmente.

Hizo un esfuerzo soportando el dolor para moverse un poco y sentarse en la cama, luego alcanzó la jarra de agua para beber. Mientras lo hacía, Samira en dormida giró sobre si y se acurrucó en su costado buscando su calor. Zeth levantó el brazo izquierdo con el vaso de agua en la mano para no tocarla, pero ella se acercó más y sus piernas suaves rozaron con las de el. "No me lo hagas más difícil" pensó el.

Samira dormía profundamente, su rostro relajado se apoyaba delicadamente sobre sus sedosos cabellos. Su pequeña nariz respingada estaba levemente rosada, como si estuviera fría, y sus labios carnosos apenas entreabiertos como para ayudarla a respirar. Zeth entonces dejó el vaso en su regazo y con el dorso de su mano tocó con delicadeza su nariz, pues sus callos por la espada y riendas, eran muy ásperos para su suave piel. Estaba algo fría. "Tienes frío" pensó Zeth y trató de arroparla un poco con las mantas que se habían deslizado hasta su cintura. Ella se acurrucó más contra él buscando su calor. "Con que eres muy friolenta ¿eh?" pensó el con media sonrisa. Parecía un pequeño pollito buscando ser cobijado bajo el ala de su madre.

El se quedó allí quieto, observándola un poco más. No supo a ciencia cierta cuanto tiempo pasó, pero Samira no mostraba indicios de despertarse, parecía que había conseguido la temperatura ideal allí para no perturbar su sueño.

La mañana cada vez era más clara y el dolor en sus heridas comenzaba a hacerse notar. Pronto sería la hora de su medicina, calculaba Zeth en silencio mientras jugueteaba inconscientemente con un mechón de pelo de Samira entre sus callosos dedos. Ella era tan suave que el se sentía tosco y grotesco a su lado. Pero a la vez su cercanía lo llenaba de tranquilidad, tal vez porque sabía que allí bajo su cobijo, ella descansaba tranquila y ajena a todo lo que los rodeaba.

De pronto dos golpecitos suaves en la puerta lo hicieron salir de sus pensamientos.

- ¿Se puede? - La voz de la señora Zeynep se escuchó suave mientras empujaba la puerta tímidamente.

-Si...- Zeth trató de que su voz grave no resuene tanto en la habitación.

Al entrar la señora Zeynep sonrió al ver aquella imagen tan dulce de la joven pareja. Por fin veía cariño entre aquellos dos y un cierto alivio sintió al alejar aquellos pensamientos de que Samira era maltratada por su esposo.

-Ya estas despierto, seguramente te despertó el dolor. Estamos un poco pasados del horario de tu medicina, por eso vine a despertarlos... Toma. - Dijo la señora en voz baja.

-Gracias- Dijo el tomando el vaso con la medicina de un solo trago.

- ¿Les hizo frío? - preguntó la señora dejando la bandeja con el desayuno en una mesita.

Zeth negó con la cabeza.

-Solo a ella, al parecer... - dijo el volviendo a comprobar la temperatura de la nariz de Samira con el dorso de su mano. Pero esta vez sintió su calidez.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora