LXXI: Oraciones

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El sonido sutil del agua lo despertó, pero no abrió sus ojos por un momento. Se sentía adolorido y algo cansado por lo que no se movió. Pesadamente despegó sus parpados, las luces eran tenues en la habitación y el sonido del agua moviéndose era muy relajante, cuando miró hacia la tina de baño que había en la habitación, pensó que estaba soñando. La imagen de Samira tomando un baño era muy sensual, sus hombros al descubierto, su piel mojada brillaba con reflejos dorados de las tenues luces que los rodeaba, sus cabellos negros se deslizaban por su espalda suaves y lánguidos, mientras ella enjuagaba la delgada espuma de jabón de sus hombros y brazos con gracia, parecía relajada y ajena a todo a su alrededor. Aquella imagen era tan etérea que Zeth apenas si quería respirar para no perturbarla.

De repente ella dio un largo suspiro y apoyó su espalda sobre uno de los bordes de la tina. Lentamente comenzó a masajear su cuello y a mover la cabeza como para estirar y aflojar sus músculos. Aun le dolía el cuello pensó Zeth, tal vez necesitaba otra noche de buen descanso, para poder relajarse. Por más que ya no podía ver sus hombros desnudos el no le quitó los ojos de encima, parecía que quería memorizar aquellos destellos del agua en su piel. De repente ella dejó de masajear su cuello y estiró una pierna hacia el borde de la bañera y frotó el jabón, y luego lo mismo con la otra pierna. Zeth ya conocía sus piernas, y recordó su piel suave y tersa que lo hizo estremecerse un poco. De nuevo sentía que su tosquedad podía romper con la delicadeza de ella, con su suavidad, se sentía como espía, mendigando belleza, como un ladrón robando y atesorando esa intimidad de ella solo para el.

Después de unos largos y lentos minutos, ella se puso de pie, el camisón de lino mojado se pegaba a sus curvas y transparentaba su piel, sus cabellos negros como el cielo de noche despejado caía sobre sus caderas humedecido

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Después de unos largos y lentos minutos, ella se puso de pie, el camisón de lino mojado se pegaba a sus curvas y transparentaba su piel, sus cabellos negros como el cielo de noche despejado caía sobre sus caderas humedecido. Ella tomó una toalla y se envolvió en ella y secándose un poco salió de la tina. El rápidamente volvió a cerrar los ojos, pues si lo sorprendía mirándola, ella se avergonzaría y tal vez ni siquiera se anime a acostarse a su lado de nuevo. Zeth seguía sus movimientos por los sutiles sonidos. Supo que después de secarse escurrió su larga cabellera y camisón mojado sobre la tina, y luego cepilló su cabello. El aroma a aceite de menta llegó a su nariz, luego de que ella cambiase su ropa mojada por una seca. Los pasos descalzos de ella rodearon la cama y tímidamente se recostó a su lado, el perfume a menta y jabón eran muy agradables. Recién cuando ella se acostó, el se animó a acomodarse un poco y soltar aire de sus pulmones.

- ¿Zeth? ...- Llamó ella quedándose muy quieta en medio de la oscuridad.

El no quiso responder. Quería que descanse relajada, que se sienta segura, no quería incomodarla. Seguramente ella esperaba a que el esté dormido para poder relajarse tomando un baño y no quería quitarle esa pequeña confianza que empezaba a demostrar frente a él en ciertas ocasiones.

Al no escuchar respuesta ella se acurrucó un poco mas cerca de él, pero sin tocarlo. El podía sentir el sutil calor que emanaba su cuerpo atreves de las sabanas y deseó arroparla entre sus brazos, pero se contuvo. Aquello se sentía tan bien, tenerla tan cerca hacía que todo a su alrededor desaparezca por completo. La respiración de ella pronto comenzó a ser mas relajada y Zeth supo el momento justo en que ella quedó dormida. "Buenas noches Samira" le dijo en sus pensamientos mientras la observaba dormir a su lado. Y allí, después de observarla un rato también se quedó dormido.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora