—¡No puedes seguir ignorando lo que pasó! —Mi voz resonaba en el pequeño espacio, mezclando desesperación y rabia. Los ojos de ella me miraban, pero no veía en ellos lo que necesitaba.
Ella trató de defenderse, sus labios apretados en una fina línea. El silencio que siguió era tan denso que parecía llenar cada rincón de la habitación.
—¿De verdad crees que es tan fácil? —La respuesta finalmente salió, cortante, como si cada palabra costara un esfuerzo monumental.
Di un paso hacia adelante, cerrando la distancia entre ambos. Mis puños apretados a los costados. La tensión en el aire era casi tangible.
—No quiero seguir con esto —dije con la voz quebrada por la frustración—. Si no puedes entender cómo me siento, entonces vete. Sal de aquí y déjame solo para siempre.
Ella me miró, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y desafío. —No puedes simplemente desechar todo lo que hemos pasado... —trató de decir, su voz temblando entre la rabia y la súplica.
—¡No me importa! —interrumpí, mi paciencia agotada. —Lo único que quiero es que te vayas y me dejes en paz.
El peso de mis palabras se asentó en el aire. Ella vaciló, sus labios temblando, como si luchara contra las emociones. Finalmente, dio media vuelta, y el sonido de la puerta al cerrarse resonó con una contundencia dolorosa.
Me quedé solo, el silencio que siguió era casi ensordecedor. Me desplomé en una silla, la cabeza entre las manos, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Recuerdo claramente el primer día del semestre, cuando todo parecía tan simple, casi inocente. No tenía ni idea de que estaría atrapado en un torbellino emocional meses después. Si hubiera sabido entonces lo que se avecinaba, quizás habría hecho las cosas de manera diferente.
Ahora, con la cabeza aún abrumada por la discusión, el eco de aquellas palabras me persigue. Me encuentro con una mezcla de frustración y resignación, sabiendo que cada paso que di me llevó a este punto de quiebre.
En ese momento, la imagen de la primera mañana del semestre se apoderó de mí.
Aquí vamos de nuevo.
Empieza otro semestre y, como siempre, me cuesta levantarme de la cama. Despertar cada mañana y luchar contra el tirón de la cama es mi batalla diaria, especialmente con la universidad acechando.Giré la almohada en busca de un poco más de descanso, deseando que las mañanas pudieran ser tan agradables como las noches, pero sabía que no podía quedarme en la cama todo el día.
Ya sé, soy muy activo.
Después de vencer la batalla contra las sábanas, me deslizo hacia la cocina. Ni siquiera necesito mirar la libreta; el clásico de tortilla y hot dog es insuperable. Y no es que no sepa preparar otra cosa. Sí, claro, todos dicen que el desayuno es la comida más importante del día. Pero si hay algo en lo que confío ciegamente, es en mi tortilla de huevo y hot dog, la mejor de todo el edificio.
Y que de eso no haya dudas.
Un desayuno rápido, pero suficiente para llegar al almuerzo sin problemas. Me lavo la cara y los dientes, me visto y salgo con la mejor actitud para el primer día de clases.
El aire frío de la mañana me golpeó cuando salí del edificio. Las calles aún dormían, con apenas un murmullo de vida comenzando a despertarse. Las luces parpadeantes de los semáforos, los pocos peatones entre jóvenes y adultos que, como yo, parecían desear regresar a la cama.
Me enfoco en cruzar a la siguiente calle, cuando noto que alguien se detiene justo detrás de mí luego de correr.
—¿Qué tal, Brant? —pregunta Johnny con una sonrisa amplia, dándome un golpe amistoso en el brazo. Le devuelvo la sonrisa sin girar la cabeza; su voz es tan familiar que la reconocería en cualquier lugar.
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Sombras del orgullo
Teen FictionSiempre pensé que la universidad sería solo un paso más en mi vida, una estación de tránsito hacia algo más grande. No esperaba encontrarme atrapado en un laberinto de pasillos, donde el orgullo y el pasado se entrelazan en cada esquina. Si hay algo...