Sé que siempre me quejo de levantarme temprano, pero toda esa pereza se evapora en un segundo cuando ves el reloj y te das cuenta de que vas tarde. De repente, te conviertes en el velocista olímpico que nunca supiste que eras.
Salí disparado de mi edificio, casi olvidando cerrar la puerta detrás de mí. Por alguna razón, la alarma no sonó hoy, y claro, ¿quién paga las consecuencias? Yo, obviamente. Tenía menos de cinco minutos para llegar al salón, así que mi única opción era correr como si mi vida dependiera de ello.
O simplemente no me dejarían pasar.
Sabía que me retrasaría, pero no en esta magnitud. Sentía la adrenalina corriendo por mis venas mientras corría hacia la universidad, preguntándome cómo podría haber sido tan descuidado.
Llegué a la universidad en tiempo récord, pero aún me esperaba el peor tramo: mi aula estaba en el quinto piso, y no había tiempo para tomar el ascensor. Subí las escaleras como un loco, mis piernas protestando a cada paso. Para cuando llegué al piso, ya no tenía aliento ni fuerzas para más.
Definitivamente, este no es mi día, y apenas está comenzando.
Cuando llegué al pasillo, ya estaba ensayando las disculpas que tendría que darle al profesor. Pero al asomarme por la puerta, lo que vi fue un aula en completo desorden. Sillas arrastradas, papeles esparcidos y risas que llenaban el aire. El bullicio de los estudiantes y el eco de sus conversaciones sin control contrastaban con el silencio que esperaba encontrar.
Todos hablaban, reían y hacían lo que querían. El profesor aún no había llegado. El alivio me inundó y casi me derrumbo allí mismo.
Al fondo del aula vi a Johnny dibujando algo al final de su cuaderno de notas, algo muy común en él. Al verme llegar algo cansado, no dudó en bromear con el hecho de que me había tardado en venir.
—¿Quién era el que siempre se quejaba de los tardones? —dijo Johnny, levantando una ceja y ofreciendo una sonrisa burlona. Su tono era una mezcla de diversión y camaradería.
—La maldita alarma no sonó —repliqué, todavía sin aliento.
—Claro, la clásica excusa de la alarma —Johnny rió, sin apartar la vista de su cuaderno.
Miré alrededor y noté la ausencia de Gabo, sabiendo que probablemente estaba recuperándose del balonazo. Nuestra última conversación me hizo pensar que necesitaría un tiempo para recuperarse, y hoy parecía estar tomándose ese tiempo.
La anarquía en el aula se desvaneció en un instante cuando el profesor entró, imponiendo orden con una simple mirada. Nos pidió silencio, se disculpó por la tardanza, y comenzó con su discurso de introducción. Fue, hasta el momento, la clase más larga que habíamos tenido.
Finalmente, después de casi cuatro horas de clases, Johnny y yo aprovechamos nuestro rato libre para almorzar en un restaurante cercano a la universidad. El lugar estaba lleno de estudiantes, y el bullicio de las conversaciones animadas llenaba el aire mientras esperábamos nuestra comida.
—Entonces, ¿no tienes idea de por qué tu alarma decidió tomarse el día libre? —preguntó Johnny mientras esperábamos la comida.
—Te lo juro, fue rarísimo. Revisé el celular y todo estaba en orden: batería, volumen, todo en su lugar.
—¿Y la alarma estaba bien programada o la configuraste en modo fantasma?
—Todo estaba perfecto. No tengo ni idea de qué pasó, pero ya me encargaré de que no vuelva a ocurrir.
—No soy técnico, pero tal vez tu celular solo quería que descansaras un poco más. Relájate, hombre. Ya pasó.
—Es el segundo día, Johnny.
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Sombras del orgullo
Fiksi RemajaSiempre pensé que la universidad sería solo un paso más en mi vida, una estación de tránsito hacia algo más grande. No esperaba encontrarme atrapado en un laberinto de pasillos, donde el orgullo y el pasado se entrelazan en cada esquina. Si hay algo...