CAPITULO IV "ORDEN Y CONTROL"

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BOSTON MASSACHUSETTS

DANZEL GALLAGHER

Los años que siguieron a la destrucción de mi soldado de peluche se fundieron en una bruma gris de dolor y silencio. Yo, Danzel Gallagher, antes un niño lleno de imaginación y anhelos de afecto, me había convertido en una sombra de mi antiguo ser. El mundo que me rodeaba parecía haberse desvanecido, reemplazado por un vacío que amenazaba con engullirme por completo.

Las palabras, antes mi refugio en las conversaciones imaginarias con mi soldado, ahora se atoraban en mi garganta. ¿Para qué hablar cuando nadie realmente escucha? Los alimentos perdieron su sabor, convirtiéndose en meras necesidades que ingería mecánicamente para mantener funcionando este cuerpo que ya no sentía como mío.

Pero en medio de este vacío, una nueva obsesión comenzó a germinar. Necesitaba algo, cualquier cosa, que me diera la ilusión de control en un mundo que se había vuelto caótico y cruel. Y lo encontré en el orden.

Comencé con mi habitación. Cada mañana, me levantaba al amanecer y comenzaba mi ritual. Los libros en mi estante, organizados por altura y color, formando un arcoíris perfecto de lomos. La ropa en mi armario, doblada con precisión militar, cada prenda alineada exactamente con la siguiente. Mis zapatos, pulidos hasta brillar, dispuestos en pares perfectos al pie de la cama.

Medía la distancia entre cada objeto con regla en mano, asegurándome de que todo estuviera exactamente donde debía estar. Si algo se movía un milímetro fuera de lugar, sentía una ansiedad abrumadora que solo se calmaba cuando volvía a ponerlo en su sitio exacto.

Este comportamiento, que para mí era un bálsamo para mi alma herida, no pasó desapercibido para mis padres. Pero su reacción no fue de preocupación, como cabría esperar de padres amorosos. No, para ellos, mi nueva obsesión era motivo de orgullo y alarde.

Una tarde, mientras me encontraba en mi habitación reorganizando por enésima vez mi colección de lápices por longitud y dureza, escuché las voces de mis padres y un grupo de invitados en el salón. Me acerqué silenciosamente a la puerta, atraído por el sonido de mi nombre.

"Oh, deberían ver la habitación de Danzel", exclamaba mi madre con falso entusiasmo. "Es un ejemplo de pulcritud y organización. Ni siquiera necesitamos decirle que ordene, lo hace todo por sí mismo".

"Impresionante", respondió una voz femenina que reconocí como la de la Sra. Fairfax. "¿Cómo lograron inculcarle tales hábitos?"

Mi padre, hinchado de orgullo, respondió: "Es simple, querida. Disciplina y ausencia de distracciones. Danzel no tiene esos juguetes inútiles que solo sirven para perder el tiempo. En su lugar, le hemos enseñado el valor del orden y la responsabilidad".

Escuché murmullos de aprobación y vi, a través de la rendija de la puerta, cómo mis padres intercambiaban miradas de satisfacción. Para ellos, mi comportamiento obsesivo era una prueba de su éxito como padres, un trofeo que podían exhibir en sus círculos sociales.

"Realmente han hecho un trabajo excepcional", comentó otro invitado. "Es raro ver a un niño tan disciplinado en estos tiempos".

Mientras las alabanzas continuaban, sentí una mezcla de emociones arremolinarse en mi interior. Por un lado, una parte de mí anhelaba desesperadamente su aprobación, incluso si venía a costa de mi propio bienestar. Por otro, una rabia sorda crecía en mi pecho. ¿Cómo podían estar tan ciegos? ¿No veían que mi obsesión por el orden era un grito silencioso de ayuda?

Regresé a mi cama, sentándome en el borde con cuidado de no arrugar las sábanas perfectamente estiradas. Miré a mi alrededor, a la habitación impecable que se había convertido en mi prisión y mi refugio. Cada objeto en su lugar, cada superficie reluciente, era un testamento de mi dolor y mi soledad.

MI PERDICIÓN. (Obsesión Vol 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora