Mientras veía cómo Zay y Shaleen se adentraban en el desierto, Ivy maldijo por no poder hacer nada más aparte de rezar para que su amiga tuviera éxito en la misión.
«Si al menos encontrara algún otro medio de transporte para llegar hasta ellas...»
Se sintió inútil; Rella le había encomendado esa labor a ella y allí estaba, quieta en mitad del desierto, observando cómo una bruja se llevaba a Veda sin poder hacer nada para evitarlo.
Lanson se había acercado a los restos carbonizados de Keiler Al Palathar y había localizado sus espadas. Las cogió de las empuñaduras con las puntas de los dedos y sin disimular una mueca de asco.
—Se han salvado del ácido —declaró, mientras se las volvía a colocar al cinto—. Incluso las fundas. Ya no se hacen espadas como estas...
Ivy creyó notar algo que vibraba bajo sus pies, como si las dunas se hubieran desplazado unos centímetros. Apenas duró un par de segundos, pero estaba segura de que no lo había imaginado. Levantó la vista e intercambió una mirada inquieta con Eseneth.
—¿Qué ha sido eso? —masculló el mago.
—Tal vez nada.
Pese a su respuesta despreocupada, Lanson oteaba el desierto con el ceño arrugado. Un segundo temblor, mucho más intenso que el primero, consiguió que perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Las dunas aullaron como un ser vivo y se abrieron a sus pies. A Ivy le pareció ver algo grande, viscoso y cubierto de arena que salía de su interior.
—¡Hacia atrás! —les ordenó Lanson. La elfa se arrastró lo más rápido que pudo sin quitar ojo a lo que fuera que estaba emergiendo del agujero: tenía una forma alargada y estilizada, y entre la arena logró reconocer dos ojillos brillantes y una boca redonda.
—¡Es un gusano! —gritó Lanson, con una nota de terror en la voz.
—No —le corrigió Yanis—. Es solo una larva. Los adultos no acostumbran a salir de sus cubiles más que para cazar. Las crías son más activas; por lo general solo quieren jugar, ya que son sus padres los encargados de llevarles alimento...
—¿Crees que me importan mucho ahora mismo las costumbres sociales de los gusanos del desierto? —ladró el alto aristócrata.
—Lo único que digo es que si no le hacemos nada, se irá sola —insistió el geógrafo—. Solo quiere divertirse.
—¿Y si es un adulto en busca de presas? —se aterrorizó Ivy.
—Es poco probable. No comen humanos.
La cabeza de la larva descendió hacia ellos y, sin el más mínimo esfuerzo, levantó a Yanis y se lo introdujo en la boca. El joven aulló de puro miedo y un rápido y eficiente Eseneth invocó una ráfaga de hielo que impactó en la cabeza del animal. Este abrió la mandíbula y Yanis cayó sobre las dunas desde una altura de varios metros.
Entre los tres ayudaron al joven a levantarse. Estaba mareado y cubierto por una sustancia pegajosa y viscosa que Ivy evitó tocar.
—¿Estás bien? —le preguntó Lanson. Por toda respuesta, Yanis dio una arcada y vomitó a los pies del alto aristócrata—. ¿Qué decías sobre que no comen humanos y que solo quieren jugar?
—Eso tal vez fuera antes —comentó Eseneth, que seguía atento a la larva—. Ahora parece más enfadada.
El animal, ya recuperado del ataque mágico, avanzó hacia ellos con un siseo que a Ivy le recordó al crepitar del fuego. Bajó la cabeza en dirección de nuevo a Yanis y el joven gimió. Lanson lo levantó en brazos y lo apartó de la trayectoria de la larva. Ella aprovechó y cargó en dirección a Ivy y Eseneth, que lograron esquivar la embestida con facilidad.

ESTÁS LEYENDO
El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)
FantasyEl mundo de Celystra vive asolado por el Primigenio, su dios y creador, pero también su verdugo. Varios pueblos se atrevieron a alzarse contra él en el pasado, y su desfachatez les salió muy cara. Ahora, siglos después, el Primigenio exige que cada...