Los hambrientos

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Este texto fue hallado en el interior de un frasco de pastillas para dormir vacío.

Martes, 03:00 a.m

¿O era miércoles?

Rona se llevó una mano a la frente húmeda, donde las gotas frías de sudor congelaron su palma. Sus párpados estaban dolorosamente abiertos y lo único que podía ver era la lámpara bamboleándose ligeramente sobre su cabeza. Era demasiado brillante para sus ojos cansados pero al menos mantenía la oscuridad a raya. Pestañeó para deshacerse de algunas gotas de sudor. ¿O acaso eran lágrimas? Ya no tenía idea porque ambas se sentían de la misma manera: frías, saladas y un poco pegajosas. 

Cerró los ojos por un momento breve y se permitió pensar un poco. No siempre había sido así. Había habido un tiempo en el que las sombras habían sido solamente eso, sombras. Un tiempo donde la noche había olido a duraznos y lino fresco. Un tiempo en el que ella había sido capaz de diferenciar sombras normales de Ellos.

Ahora todo parecía un borrón enorme. Ya no podía confiar en si misma, ni siquiera en otros. Ella apenas podía recordar cómo se sentía ser tocada por alguien más, cómo se sentían las pestañas de un amante contra sus mejillas. Todo le había sido robado por Ellos. Los Hambrientos.

No había habido explicación alguna. Solamente habían llegado a su casa sin invitación pero listos para ponerse cómodos. Como si fuera su hogar. Al principio, había sido sólo uno, el más pequeño de todos. Había sido incluso dulce y Rona había cuidado de él de la misma manera que hubiese cuidado de una mascota.

Un par de semanas luego, el resto habían seguido a su líder. Uno a uno, Ellos habían entrado a su casa. A su cuerpo. A sus huesos. Ella no había sido capaz de cuidarlos, pero había aprendido a temerles. Algunas veces, podía oírlos, susurrando en las sombras, diciéndole que vendrían más, que aún quedaba mucho de ella para alimentarlos.

Abrió los ojos, volviendo a mirar fijamente el foco por unos segundos hasta que volteó su cabeza. Ah, las pastillas.

―Estas los mantendrán lejos ―había dicho la doctora de gafas ovaladas mientras escribía algunas palabras que sólo el farmaceútico había sido capaz de descifrar.

<<Ah, las pastillas>>, Rona pensó mientras se relamía el ahora labio inferior que notó seco. Podía oírlos. Sonaban casi como niños o seres pequeños de voces agudas. Rona sabía que no eran para nada inocentes. Ni siquiera sabía qué eran, solamente que estaban dentro de ella. Alimentándose. Agigantándose. Eran más de mil bocas que roían sus huesos, su mente, su alma.

Las pastillas parecían llamar a Rona mientras ella miraba el frasco que descansaba sobre su mesa de luz.

Estiró su mano y sujetó la botella. La sacudió ligeramente y las pastillas hicieron un ruido simpático, casi musical, al rebotar contra las paredes de vidrio. Una promesa disfrazada de canción de cuna. La lámpara sobre su cabeza comenzó a parpadear y las sombras parecieron volverse más grandes. Y Ellos comenzaron a gruñir cada vez más fuerte.

Rona abrió el frasco y lo apuntó directamente a su boca. Comenzó a tragar pastilla tras pastilla hasta que el frasco y su mente estuvieron vacíos. El foco finalmente dejó de parpadear para apagarse completamente. 

Lo último que iluminó fue la sonrisa silenciosa de Rona. 

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