Ni una sola palabra. [SUKUGO]

Sin palabras.

Satoru sabía que lo que hacía era riesgoso, y esto lo excitaba aún más. ¿Por qué estaría, sino, en la habitación de Itadori a las nueve de la noche? A esa hora, el chico ya debería estar durmiendo, o en planes de hacerlo. Cuando Gojo, con todo el disimulo que tiene (ninguno), abrió la puerta sin tocar, con el cantito de "Yuuji-kun~" en la boca, encontró el cuarto vacío. Para la desgracia de Satoru, no pudo descubrir a Itadori liberando hormonas en la falsa privacidad de su cuarto. La ausencia del chico, lejos de desmotivarlo, lo incitó a cerrar la puerta tras de sí e ir directo a la cama, sonrisa en el rostro. Ni siquiera se trataba de romanticismo, de "oler la esencia de Yuuji-kun en su almohada" o alguna cursilería por el estilo. No. En su lugar, nacía en el interior de Gojo el vulgar deseo de manchar las sábanas con su semen, y que Yuuji se recostara sobre los fluidos de su sensei sin siquiera saberlo.

Itadori es un buen chico, y Gojo suspira frustrado siempre que piensa que ojalá este captara una sola de sus indirectas. Ojalá entendiera su tono de voz, su sonrisa pícara e invitante, algo. Pero Yuuji es un muy buen niño, y quizá es por eso mismo que hay algo dentro de Gojo que no puede evitar querer corromperlo. Tal vez es la influencia de Sukuna, la de atraer la desgracia de Yuuji en todos los aspectos, porque si bien Gojo está seguro de que Yuuji jamás tendría la fantasía de cogérselo, esto no lo detiene a él de calentarse con la idea de que así sea.

Sin pensársela demasiado, o más bien, pensando con la cabeza equivocada, se tira a la cama, quedando boca arriba. Y antes de siquiera ponerse cómodo, ya se encuentra con el pene afuera, bombeándolo en seco mientras sigue semi-erecto para conseguir así que se pare, la ligera incomodidad de los roces bruscos y sueltos empeora cuando sujeta la sábana para así frotarla sin mucha fuerza contra su glande, lo único que frena el querer detener ese dolor innecesario es el pensamiento de Yuuji abriendo la puerta en ese instante, encontrando a su sensei masturbándose frente a él, listo para ponerse en cuatro, abrirse el culo y pedirle que lo folle. Yuuji estaría sonrojado, tartamudeando, ¿tal vez al borde de las lágrimas? Imaginar su rostro rojo y abrumado al mismo tiempo en que una erección crece en su pantalón, lleva a Satoru a gemir mientras su erección termina de crecer.

Al fin escupe su mano para lubricarse y comienza a masturbarse con una empuñadura bastante mojada y rápida, con la intención de venirse pronto y derramar su semilla en ese mismo lugar. Está tan concentrado en su objetivo, tratando de que todos sus sentidos se enfoquen en el placer, que la puerta abriéndose bruscamente lo sobresalta. Nadie sorprende al hechicero más fuerte, pues siempre está preparado para una batalla, mas esta vez bajó la guardia porque es Yuuji, y es ruidoso, y creyó que lo escucharía llegar.

Y, es cierto, a Yuuji sí lo escucharía. Su corazón latiría fuerte y pensaría en si dejar que lo descubra o acomodarse la ropa e inventarse un tema de conversación para luego seguir tocándose en su habitación, ahora con el erótico recuerdo de haber tenido una erección guardada frente al chico mientras hablaban.

Este, en cambio, aunque luce como Yuuji, es alguien mucho, mucho peor, y suelta una carcajada frente a la imagen que, seguramente, cree patética. Se acerca con los pasos de alguien que tiene todo el tiempo del mundo a donde está Satoru, aún inmóvil, esperando que Sukuna intente algo hostil para abrir su dominio y matarlo ahí dentro, de ser necesario.

—¿Qué haces aquí? – cuestiona Gojo, y Sukuna sonríe con esa superioridad que Gojo desearía odiar, pero que en realidad, debe admitir que tiene cierto encanto.

—¿No debería preguntarte eso yo? Con el pene afuera, en la cama del mocoso. Das asco. – dice con burla, y lejos de sentirse ofendido, un escalofrío recorre el cuerpo de Satoru. Tiene que fingir algo de decencia, igual, y frunce los labios en algo más adulto que un puchero, pero igual de ridículo.