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Medalyne despertó en un lugar completamente diferente, sintiéndose extraña en su propia piel. Estaba tumbada en un banco, rodeada de lo que parecía ser un viejo centro comunitario. De inmediato se sentó , llevándose una mano a la cabeza que latía con dolor.

-Oh, ¡estás despierta! -exclamó una voz alegre desde la distancia.

Medalyne levantó la vista, viendo a un hombre excéntrico que se acercaba, con una sonrisa desenfadada y una forma de caminar que transmitía un despreocupado aire de seguridad. A pesar de la confusión en su mente, algo en él le resultaba... extrañamente reconfortante.

-¿Dónde estoy? -preguntó, su tono cargado de confusión, pero con un sarcasmo inherente que no había desaparecido completamente con su pérdida de memoria.

-Estás en la Iglesia del Final de los Días, -respondió Klaus con una reverencia exagerada-. O como me gusta llamarla, mi pequeño santuario. Soy Klaus Hargreeves, el hombre que te rescató de tu pequeña siesta eterna.

Medalyne lo observó detenidamente, una sonrisa leve y algo burlona jugando en sus labios. -Entonces, ¿soy una especie de proyecto de caridad para ti?

Klaus se rió, encantado por su actitud. -Algo así. Aunque admito que eres mucho más divertida que la mayoría de los proyectos de caridad.

Medalyne soltó una pequeña risa, encontrando en él una chispa de camaradería que no había sentido en mucho tiempo.

-Bueno, entonces gracias, supongo. Soy Medalyne... al menos, eso creo.

Klaus se inclinó hacia ella con un brillo travieso en los ojos. -¿Amnesia? Eso suena como el inicio de una telenovela muy interesante.

A pesar del vacío en su memoria, Medalyne no podía evitar reír ante la manera despreocupada de Klaus. Había algo en él que la hacía sentir menos perdida, como si estuviera en compañía de alguien que no esperaba nada de ella, excepto ser quien era en ese momento.

THE END OF THE WORLDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora