𝟏𝟑 | 𝐋𝐀 𝐑𝐈𝐕𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐂𝐑𝐄𝐂𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄

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Me levanté temprano, decidida a llegar puntual a la academia para nuestro ensayo

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Me levanté temprano, decidida a llegar puntual a la academia para nuestro ensayo. Me puse mi blusa blanca de seda y mi falda negra, que me hacía sentir elegante y segura. Mi cabello castaño oscuro caía en suaves ondas sobre mis hombros, y mis ojos verdes brillaban con determinación. El aire fresco de la mañana me llenaba de energía mientras caminaba hacia la academia, disfrutando del silencio de las calles aún adormecidas.

Llegué a la academia y encontré a Leonardo ya sentado al piano, con una expresión de concentración en su rostro.

La sala de música estaba iluminada por la luz suave del sol que se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor. Comencé a afinar mi violín, preparándome para el ensayo. El sonido de las cuerdas ajustándose resonaba en la sala, mezclándose con las notas que Leonardo tocaba en el piano.

Justo cuando empezamos a tocar, los profesores entraron en la sala.
Escucharon atentamente durante unos minutos antes de interrumpirnos.

—Es bueno, pero no están en sincronía —dijo uno de los profesores, su voz firme pero amable—. Necesitan trabajar en su comunicación y coordinación.

Leonardo saltó de su asiento, su rostro enrojecido de ira.

—Es obvio que Sofía no puede seguirme el paso —dijo con desdén, sus palabras cortantes como cuchillos—. Está por debajo de mí.

Me sentí enojada y herida por sus palabras, una oleada de calor subiendo por mi cuello.

—¿Cómo te atreves? —comencé a decir, mi voz temblando de indignación—. El que se la pasa equivocándose eres tú, no yo. Y los profesores pueden verlo.

Los profesores intervinieron, sugiriendo que necesitábamos conocer más sobre el otro para trabajar en equipo.

—Deben dejar la rivalidad y la arrogancia entre ustedes dos —dijo uno de ellos, su tono conciliador—. Son un equipo ahora, y si siguen así, no ganarán el concurso.

Me sentí incrédula, mis manos temblando ligeramente.

—No necesito conocerlo para saber cómo es —dije, mi voz cargada de resentimiento—. Es una persona con aires de superioridad, esa arrogancia que no deja que vea sus propios errores.

Leonardo me atacó, su voz alta y furiosa resonando en la sala.

—Lo mismo digo, no ocupo conocerla porque ya sé que es una niña débil y conformista.

Los profesores nos miraron con preocupación, sabiendo que teníamos un largo camino por recorrer para trabajar en equipo.

—Les sugiero que comiencen a conocerse más —dijo uno de ellos, su voz calmada pero firme—. Vayan a tomar un café juntos, o algo así. Necesitan dejar la rivalidad y la arrogancia entre ustedes dos.

Leonardo se encogió de hombros, su expresión de indiferencia clara.

—Ni hablar —dijo, cruzando los brazos—. No necesito conocerla mejor para tocar música con ella.

—Lo mismo digo —agregué yo, sintiendo una mezcla de alivio y frustración—. No veo por qué tenemos que hacerlo.

Los profesores se miraron entre sí, claramente decepcionados.

—Les estamos diciendo que es necesario para que puedan trabajar en equipo —dijo uno de ellos, con un suspiro—. No pueden seguir tocando como si estuvieran en diferentes mundos.

Leonardo se encogió de hombros nuevamente, su actitud desafiante.

—No es nuestro problema si no podemos tocar juntos. No necesitamos ser amigos para hacer música.

Me sentí tentada a agregar algo, pero me mordí la lengua. No quería darle la razón a Leonardo, pero tampoco quería parecer débil. La tensión en la sala era palpable, como una cuerda a punto de romperse.

Los profesores suspiraron y se dieron por vencidos.

—Muy bien, si no quieren hacerlo, no lo harán. Pero no se quejen después si no ganan el concurso.

La tensión en la sala era palpable. Me sentí como si estuviera en una batalla perdida, y no sabía cómo salir de ella. El silencio que siguió fue pesado, cargado de emociones no dichas.

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